Rudiger Frank
Profesor de Economía y Sociedad de Asia Oriental y Jefe del Departamento de Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Viena
Contra todo pronóstico, Corea del Norte aún existe. Y ello plantea una serie de preguntas; algunas de ellas surgen más de la curiosidad otras, sin embargo, apelan a la funcionalidad misma del sistema internacional.
Hoy día, la práctica totalidad de los regímenes socialistas estatales que emergieron en 1945 se han hundido o han tomado el camino de la reforma, pero Corea del Norte es una excepción que no ha seguido el ejemplo. El país ha estado sometido a una enorme presión política y económica internacional, a la que muy pocos gobiernos habrían sobrevivido, pero la familia Kim —ahora en su tercera generación— sigue dirigiendo el país. Las carencias domésticas son igual o más importantes que las sanciones exteriores pero, aun con ello, Corea del Norte ha logrado avances tecnológicos que no están al alcance de cualquier nación: se ha dotado de armas nucleares y tecnología de satélites, además de los cohetes para desplegarlos.
¿Hacia dónde se encamina el país? En 2016, Kim Jong Un ha seguido la senda de la normalización, instando a la celebración del VII Congreso del Partido Comunista gobernante, tras un hiato de 36 años tras último, celebrado en 1980. Hasta la fecha, no parece que su agenda contemple reformas drásticas. Por el contrario, aspira a superar el “estado excepcional” en el que quedó sumido el país tras 1990, con la debacle del sistema socialista. Nadie sabe qué podrá suceder cuando el país recupere la estabilidad previa a 1990: si se quedará estancado ahí o empleará la estabilidad conseguida como puntal de una apertura gradual y controlada.
Teniendo en cuenta la situación actual de la sociedad norcoreana, Kim Jong Un apenas tiene otra alternativa que no sea el éxito económico. Su legitimidad no se sustenta en ningún mérito real o percibido, como sí era el caso de su abuelo Kim Il Sung, a quien se atribuía la liberación del país de sus ocupantes japoneses y su posterior defensa frente a los norteamericanos. Tampoco cuenta con el prestigio como mano derecha del Padre Fundador, una de las bazas de su padre, Kim Jong Il. La fuerza de Kim Jong Un es la promesa ante su pueblo de brindarles una vida mejor, y esto es precisamente lo que esperan de él los norcoreanos, especialmente la nueva clase media, cada vez más numerosa.
Corea del Norte es un país industrializado con una gran abundancia de reservas naturales y una población culta y muy disciplinada. Los surcoreanos han demostrado de una manera impresionante lo que los coreanos pueden conseguir.
Corea del Norte tiene la ventaja adicional de ser vecino directo de China, la mayor locomotora económica global. El próximo milagro de Asia Oriental puede muy bien producirse en Pyongyang
Corea del Norte tiene la ventaja adicional de ser vecino directo de China, la mayor locomotora económica global de comienzos del siglo XXI. El próximo milagro de Asia Oriental puede muy bien producirse en Pyongyang.
Corea del Norte no está, sin embargo, utilizando este enorme potencial. Esto responde a las limitaciones de su actual sistema económico y político, pero también a su rotundo aislamiento internacional, que mantiene al país al margen de las finanzas globales y con un acceso muy limitado a la tecnología y los mercados. Este aislamiento es el resultado de su programa de armamento nuclear, que irónicamente, Pyongyang percibe como el único seguro de vida infalible en un mundo hostil.
La resolución del dilema no es solamente un reto para los líderes norcoreanos. Es también un campo de pruebas para la mecánica de la comunidad internacional. Es preciso abandonar el círculo vicioso de amenazas y acusaciones mutuas. El éxito o el fracaso en esta empresa puede ser muy bien un signo precursor de nuestra capacidad de gestionar un futuro marcado por la competición en ciernes entre Beijing y Washington.