Simon Zadek
Director adjunto del Comité de Investigación para el Diseño de un Sistema Financiero Sostenible del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y profesor visitante de la Singapore Management University
Los humanos somos una especie tecnológica, y la digitalización es el más reciente y poderoso acelerador de esta evolución social. Hemos necesitado menos de una generación para concebir y situar nuestros mundos online en el centro de muchas de las experiencias diarias de una porción cada vez mayor de la floreciente población mundial. Esta realidad, nos guste o nos disguste, está aquí para quedarse y sus impactos serán exponenciales y de progresión viral.
“Ecologizar” nuestro mundo digital ha consistido hasta ahora en un canje de nuestras experiencias físicas a otras virtuales; esencialmente ha sido una desmaterialización de nuestro consumo y de nuestra inversión. En tan solo una década, este potencial será una trivialidad comparado con el impacto del tsunami digital al que nos encaminamos. Un ejemplo son las tecnologías financieras (fintech), que abarcan desde las plataformas de pago por móvil a las de colaboración masiva (o crowdsourcing), que ya hoy permiten a los ahorradores del centro de Barcelona financiar y beneficiarse de la instalación en sistemas de energía solar distribuidos instalados en el África rural subsahariana, al tiempo que abren la puerta a la financiación a comunidades pobres que no cuentan con historiales crediticios ni pueden firmar contratos que les permitan adquirir energía limpia mediante pre-pago (pay-as-you-go-basis). El modelo de Cadena de Bloques (blockchain) no es solamente un sistema de contabilidad distribuida, sino que también registra el historial —y por tanto de la procedencia— de todos los bienes intercambiados, incluyendo el dinero, lo que nos permite conocer en cada momento la huella medioambiental de todo lo que se compra y se vende.
El fintech no es un disruptor solitario. Forma parte de una ecología tecnológica más amplia
Pero esto es solo el comienzo; el fintech no es un disruptor solitario. Forma parte de una ecología tecnológica más amplia, en cuyo centro están las bases de datos masivas (Big data), la inteligencia artificial y el “internet de las cosas”. Juntos, conectarán digitalmente el mundo natural con los bienes físicos y con los flujos y activos financieros. Es posible imaginar que todos, en el futuro, tendremos cuentas personales de capital natural y que el dinero tendrá un valor inextricablemente ligado a las fuentes subyacentes de la propia vida, la energía, la nutrición y el clima. En realidad, este futuro está ya en desarrollo hoy mismo, porque las empresas que gestionan plataformas de pago por móvil están empezando a experimentar con cuentas y operaciones de capital natural como parte de su actividad diaria.
Lograr que la tecnología se ciña a buenos fines ha sido un reto a lo largo de la historia y lo cierto es que todas las revoluciones tienen su precio. Las instituciones financieras actuales que no sean capaces de evolucionar rápidamente, así como las personas que dependen de ellas para ganarse la vida, serán las primeras en pagar ese precio. Un cierto abuso de estas nuevas tecnologías parece también inevitable, por lo que deberemos esforzarnos al máximo para prevenirlo. La pérdida de privacidad será la renuncia más visible, y una consecuencia más que probable a pesar de todos los nobles esfuerzos que hagamos por preservarla.
En este nuevo mundo, la política, la regulación y mismo imperio de la ley podrán poco más que mostrarnos su fragilidad, al menos durante el tiempo que tarden los gobiernos en dirimir cómo seguir pilotando un sistema cada vez más complejo, dinámico y virtual.
“Ecologizar” la vida digital no es tan solo una buena idea, es más bien un hecho existencial; y debemos cuadrar este círculo si pretendemos sobrevivir como especie populosa con aspiraciones civilizatorias.