Alyson JK Bailes
Profesora visitante de la Universidad de Islandia
El frío Ártico se ha convertido en tema candente, pero no siempre está claro qué se puede hacer sobre esta cuestión. Los movimientos ecologistas muestran imágenes de osos polares sobre hielo que se derrite, pero ¿Cómo se supone que vamos a salvarlos? Otros advierten de los riesgos de conflicto, empezando por los nuevos recursos árticos accesibles desde época reciente. Sin embargo, como hemos visto en la crisis de Ucrania, es más probable que las tensiones Este-Oeste estallen en algún otro lugar y se extiendan al Ártico que viceversa.
Por otra parte, nos hablan de los grandes beneficios que podemos obtener del gas, del petróleo, de la pesca, del tráfico marítimo y del turismo en el Ártico. Sin embargo, en un contexto de bajada de los precios del petróleo y nuevas fuentes de extracción de gas mediante la técnica del fracking, incluso las mayores empresas consideran de limitada lógica económica la explotación de los hidrocarburos “aquí y ahora”. Los costes y riesgos iniciales de accidente y polución son demasiado grandes. Incluso Rusia invierte principalmente en nuevos yacimientos de petróleo y gas en tierra firme.
También en el Ártico, el transporte marítimo a través el norte de Rusia creció en 2013, pero descendió bruscamente en 2014 y es solo una pequeña parte del transporte marítimo mundial. Los cruceros turísticos se multiplican, pero ¿Cómo podría abordarse un accidente importante en un buque de tal naturaleza? Las distancias son enormes y las posibilidades de búsqueda y rescate en la zona son muy problemáticas.
Como en la Guerra Fría, el Ártico debería seguir siendo un área de buena voluntad política y diálogo en tiempos difíciles; algo que indudablemente todo el mundo necesita y que debería respaldar
Aun así, el Ártico no es una tierra de nadie y deshabitada, como sí lo es la Antártida. Viven en él unos diez millones de personas, bajo la jurisdicción habitual de naciones-Estado: queda solo por adjudicar una parte muy pequeña, posiblemente inhóspita, área marítima en torno al Polo Norte.
Y las historias desmesuradas sobre los peligros y los beneficios que se pueden obtener allí no ayudan precisamente a la población ni a sus gobiernos a encontrar soluciones a los notables efectos del cambio climático. ¿Qué debería opinar o hacer realmente el resto del mundo sobre el Ártico?
En primer lugar, el deshielo nos afecta a todos. Sube el nivel del mar y amenaza las zonas litorales de todo el mundo; los científicos consideran que la mayor parte de la nueva agua procedente del Norte fluirá hacia el Sur. Si el agua más caliente del Atlántico norte interrumpe la corriente del Golfo, eso revolucionará el clima de la Europa occidental litoral. Entretanto, los vientos cambiantes del Ártico han llevado ventiscas a California y China meridional. Hemos, pues, de encontrar nuevas formas de mitigar los efectos del cambio climático y aminorar su impacto en el lejano Norte, por nuestro propio bien.
En segundo lugar, los distintos países en torno al Polo Norte –de Rusia a la pequeña Islandia– han colaborado de forma sorprendentemente positiva para hacer frente a los problemas de la región. El Consejo Ártico, órgano de cooperación entre ellos, ha inspirado acuerdos sobre la gestión de las situaciones de emergencia y la seguridad del tráfico marítimo. Además, los cinco países árticos han encontrado una solución provisional para proteger las reservas pesqueras. Otras potencias, como China, Japón o India, que intentan involucrarse en el Ártico, deben respetar tales acuerdos; sin embargo, el creciente conjunto de normas hace más seguro abrir el Ártico a nuevos protagonistas. La Unión Europea pone al día su propia estrategia para contribuir a un desarrollo pacífico y sostenible del Ártico.
De forma destacable, las tensiones entre Rusia y Occidente por la cuestión de Ucrania no han afectado todavía las tareas del Consejo Ártico, y Estados Unidos ha dejado claro que no quiere que le afecten. Como en la Guerra Fría, el Ártico debería seguir siendo un área de buena voluntad política y diálogo en tiempos difíciles; algo que indudablemente todo el mundo necesita y que debería respaldar.