Alicia García
Economista jefe de Asia-Pacífico en NATIXIS e investigadora sénior en Bruegel
Juan Carlos Rodado
Director de análisis de América Latina, NATIXIS
La percepción de México en la mente de los inversores cambió de la noche a la mañana. Mucho de lo que ha pasado se debe a su “gran hermano” y vecino norteamericano y a su nueva administración bajo Donald Trump y no tanto a la estructura económica mexicana pero, aun así, la coyuntura económica en México sigue siendo muy preocupante. El desplome del peso mexicano es tan solo un aperitivo del ajuste que se avecina para dicha economía. Sin embargo, el sesgo proteccionista del presidente Trump puede representar una oportunidad histórica para diversificar el destino de las exportaciones mexicanas, aunque estas no pueden entenderse sin China, dado su tamaño económico y a la aún escasa presencia como destino de las exportaciones mexicanas.
El sesgo proteccionista de Trump puede representar una oportunidad para diversificar el destino de las exportaciones mexicanas
La sobre dependencia respecto a la economía americana y en particular de la industria automotriz es evidente. México exportó a Estados Unidos el 82% de sus exportaciones (equivalente a 300.000 millones de dólares en el 2016). Más allá de la gran concentración geográfica de las exportaciones mexicanas, el otro problema es que, aun siendo un país con mucha proyección comercial, las exportaciones de México hacia EEUU equivalen al 28,5% de su PIB. Así, decisiones como la de Ford de cancelar sus planes de inversión por un valor de 1.600 millones de dólares son preocupantes para los mexicanos. La cifra no es nada despreciable si se tiene en cuenta que la inversión extranjera directa neta fue de 22.000 millones de dólares durante 2015.
México sufrirá además un fuerte ajuste debido al choque inflacionario y al aumento de tasas generado por la depreciación cambiaria. Esto a su vez afectará la inversión y el consumo. Más allá del efecto cíclico de la depreciación del yen y de una política monetaria más restrictiva para mantener la moneda, el giro de la nueva administración norteamericana hacia su vecino tendrá consecuencias estructurales que tenderán a reducir el crecimiento potencial mexicano.
Ahora bien, aunque la situación es preocupante, no todo está perdido. La tasa de cambio real se ha depreciado un 26% en los últimos dos años, lo que refuerza la competitividad de un país que se ha caracterizado por las reformas estructurales y una red de tratados de libre comercio con 44 países, si se excluye EEUU. Más allá del entramado de tratados comerciales que México debería perseguir, ahora más que nunca queda un país por cubrir en esos tratados y que resulta ser la segunda economía más importante del planeta y que pronto sobrepasará a la de los propios EEUU, es decir China. La buena noticia es que el nivel de sofisticación de las ensambladoras presentes en México ha aumentado tanto que resulta rentable exportar a muchos lugares del mundo, incluida China (hace ya más de tres años que el salario medio chino es superior al de México). Esto explica que México sea ya el séptimo proveedor de automóviles de China (con ventas por 2.500 millones de dólares en 2014). La realidad es que el monto de exportaciones mexicanas a China sigue siendo muy limitada (5.200 millones de dólares en noviembre 2016), por lo que el gran reto es aumentarlas a la mayor brevedad de manera que México pueda amortiguar una parte del “tornado Trump”. En este delicado contexto de relaciones bilaterales China podría tener aún más interés geoestratégico por México, lo que podría allanar el terreno para la firma de un acuerdo de libre comercio, especialmente en el caso en el que el NAFTA se desmantele. De hecho, esa esperanza de un México más multilateral y menos dependiente de EEUU es quizás lo que ha llevado a BMW a abrir una nueva planta en San Luis Potosí en vez de seguir los pasos de Ford. En resumen, parece claro que México tiene que girar hacia el resto del mundo en su política exportadora y el resto de mundo no puede, hoy por hoy, entenderse sin China.