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Carme Colomina
Investigadora asociada, CIDOB
Europa ya puede hablar de reformas. La resaca electoral de 2017 se alargó en exceso. El optimismo generado por la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo se atemperó con la incertidumbre sobre la nueva realidad política de Angela Merkel en la Cancillería Federal. Pero París y Berlín se necesitan mutuamente. Saben que su acuerdo es crítico e indispensable para decidir el futuro de la Unión Europea a veintisiete. La UE cuenta con un nuevo eje franco-alemán, fruto del renovado discurso europeísta francés de Emmanuel Macron y de la necesidad que siente una Alemania más inestable en su escenario político doméstico.
La larga negociación para cerrar la última Gran Coalición de la canciller permitió a Macron hacerse con la iniciativa del discurso reformista para una Unión que debe cicatrizar definitivamente las heridas post-crisis, emerger fortalecida del Brexit y proponer soluciones a los retos transfronterizos que la dividen, especialmente en materia de inmigración y asilo. París arrebató a Berlín la delantera y recuperó el peso político que Francia había malbaratado en los últimos años. La asimetría política y económica del eje franco-alemán no había dejado de ensancharse desde la extraña pareja —exenta de química— que formaron Angela Merkel y Nicolas Sarkozy (2007-2012). Macron tiene un plan, una agenda, pero Alemania sigue siendo el poder indispensable.
Berlín ha perdido al Reino Unido. Ha perdido hegemonía. La presión política interna —con Alternativa para Alemania (AfD) liderando la oposición en el Bundestag— resonará más allá de los límites de Alemania. Merkel se verá atrapada entre la ambición europeísta de un debilitado SPD y la retórica populista de una AfD a la espera de ganar oxígeno político con cada una de las concesiones que la canciller esté dispuesta a hacer.
Macron apuesta por la ambición. Merkel por la estabilidad. El presidente francés imagina una UE a múltiples velocidades, con el núcleo de la eurozona completamente integrado en el centro. Alemania, en cambio, recela de la dispersión que crearía esta Unión con grados distintos de integración y teme que las propuestas federalistas de Macron para la eurozona acaben fomentando nuevos derrapes fiscales o transferencias financieras adicionales inasumibles para una parte importante del electorado alemán. Sin embargo, uno y otro coinciden en la necesidad de una Europa fuerte. Ambos se han comprometido a aumentar su contribución al futuro marco financiero comunitario; convergen en la idea de recuperar la Europa social y quieren mejorar la gestión del derecho de asilo.
En la UE post-Brexit, el eje París-Berlín será todavía más decisivo, pero ya no puede liderar en solitario
Probablemente la ever closer Union de los tratados ha muerto en su formato a veintisiete, pero no para todos los miembros de la UE. Construir consensos en esta Unión Europea es cada vez más complicado —especialmente para definir nuevos niveles de integración— y la necesidad de establecer puentes y coaliciones flexibles se impone, incluso si pivotan en torno a la entente franco-alemana. En la Unión Europea post-Brexit, el eje París-Berlín será todavía más decisivo, pero ya no puede liderar en solitario. No solo porque alimentaría el criticismo al déficit democrático de la Unión, sino porque la única manera de superar las dos grandes fracturas internas que dividen la UE es crear nuevas alianzas entre estados miembros. Una grieta norte-sur configura, hasta hoy, el debate sobre los límites de la transformación de la zona del euro, mientras que la división entre este y oeste define la discusión sobre la transferencia de competencias. Francia y Alemania deben buscar sus propios aliados porque no siempre su agenda será coincidente. El momento para la reforma es limitado. Las elecciones al Parlamento Europeo volverán a abrir un nuevo paréntesis en 2019. El calendario y las previsibles disensiones en el motor franco- alemán pueden acabar imponiendo un pragmatismo disfrazado de reformas placebo que, una vez más, dejarán la UE —y especialmente la eurozona— a medio camino entre la transformación necesaria y los retoques de mínimos. La Unión Europea es un proceso. Un proceso inacabable. Y, como la crisis financiera demostró, los tiempos de Angela Merkel son lentos.