En tan solo 60 años, el espacio ha pasado de ser una periferia remota de la Tierra a convertirse en la actualidad, en la nueva frontera de la economía, mucho más allá de tecnología satelital que ha acompañado el proceso de globalización. Gracias a los avances científicos, pero también, al surgimiento de una nueva casta de multimillonarios emprendedores del sector tecnológico -como Elon Musk o Jeff Bezos- el mantenimiento de un programa espacial se ha vuelto más asequible, lo que ha relanzado el interés por el espacio exterior. Esto se ha acompañado reformas legislativas –para incentivar la inversión privada– que van a alterar significativamente el estatus excepcional del espacio como dominio pacífico y común de la humanidad, abriendo la puerta a la explotación unilateral de los recursos que contiene. Hasta la fecha, 80 estados y diversas organizaciones regionales han logrado enviar dispositivos al espacio exterior, en algunos casos, manteniendo el espíritu de colaboración en pro del bien común, como mapear las selvas amazónicas o monitorear el clima. Sin embargo, la promesa de un nuevo El Dorado (con incalculables recursos por explotar) puede poner fin a décadas de colaboración celestial –por lo menos en lo formal– para dar lugar a dinámicas mucho más terrenales, como la explotación de los recursos o la rivalidad entre potencias.