Gretta Nabbs-Keller
Investigadora para el Sudeste Asiático y el Indo-Pacífico del Centre for Policy Futures y profesora adjunta de la Facultad de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Queensland University (Australia)
Debido a que la covid-19 está teniendo un impacto demoledor en la situación sanitaria y económica, son muchos en la comunidad internacional los que han tomado conciencia de los riesgos de una dependencia excesiva de China y de los peligros de su opaco modelo autoritario. Entre los políticos occidentales y los analistas de política exterior empieza a surgir la voluntad de revisar las relaciones con Beijing.
Este es el caso de países como Estados Unidos, Australia, Japón, Reino Unido y varios estados de la UE. Sin embargo, puede que este no sea el caso del Sudeste Asiático, una región sometida a una intensa presión por el ejercicio del poder chino en sus dominios marítimos, económicos y medioambientales. Por lo menos, no será el caso de Indonesia, cuya renuencia a adoptar una postura más firme respecto a China no se debe precisamente a una escasez de sentimientos anti-chinos. De hecho, Indonesia es, junto a Vietnam, el estado que mantiene una relación históricamente más compleja y difícil con Beijing. En Indonesia, la amenaza china es omnipresente y multidimensional. Históricamente se ha basado en un sentimiento anticomunista profundamente arraigado, combinado con un resentimiento económico hacia la comunidad étnica china.
Desde el año 2016, las encuestas de opinión (como la del Instituto de Encuestas de Indonesia) han puesto de manifiesto que los ciudadanos están particularmente descontentos con la supremacía económica de China y con la política de desarrollo del gobierno dirigido por Joko (Jokowi) Widodo, basada principalmente en la generosidad china. China es el mayor socio comercial de Indonesia y la tercera fuente de Inversión Extranjera Directa después de Singapur y Japón. Ahora que el gobierno afronta un incremento de inversiones en infraestructuras de 323.000 millones de dólares para el período 2015-2022, los analistas destacan1 la preferencia cada vez mayor de Indonesia por la ayuda china en forma de subvenciones y de préstamos bonificados.
El gobierno indonesio también se ha comprometido a multiplicar por cinco el número de turistas chinos, hasta llegar a los diez millones, y a ampliar aún más el intercambio tecnológico y comercial con Beijing. Aunque hay muchos aspectos positivos en la relación de China con Indonesia, existe también la percepción de que esta relación tiene un alto coste para las comunidades locales, para la buena gobernanza y para el medio ambiente.
La pandemia por sí sola puede que no sea el botón de reset que muchos habían anticipado
Mientras Indonesia continúe basando su agenda de desarrollo nacional en la financiación china barata, es poco probable el distanciamiento de Beijing. Sin embargo, la combinación de la covid-19 con otros dos factores sí que podría ser determinante. Por ejemplo, un empeoramiento de la percepción de China entre las élites políticas a raíz de los impactos negativos de la covid-19. Se han registrado comentarios racistas en las redes sociales y protestas en Sulawesi contra los trabajadores chinos, pero el cambio no es evidente. Es más, las fuerzas de la oposición, que utilizaron el sentimiento anti-chino para atacar a Jokowi entre el 2017 y el 2019 han sido neutralizadas o absorbidas por la coalición gobernante.
Otro factor que podría distanciar a ambos países serían nuevas incursiones de navíos guardacostas chinos como las sucedidas en año nuevo, que implicaron el despliegue de buques de superficie, submarinos y aviones de combate F16 del ejército indonesio en el área de las islas Natuna. Este sigue siendo un problema candente, frente al que el Gobierno debería actuar de manera inevitable. También en su rol de mediador neutral entre China y los miembros de la ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) con quien mantiene disputas en el mar de la China Meridional, Yakarta podría verse obligada a adoptar una línea política más dura en el seno de dicha organización.
Finalmente, si Indonesia llega a considerar que su dependencia económica de China es un riesgo estratégico –algo que está indudablemente a debate, necesitará alternativas sustitutorias en cuanto a diversificación de mercados, préstamos bonificados y tecnologías asequibles. Como ha dicho un analista refiriéndose al polémico debate del 5G en el Sudeste Asiático2, “para muchos, la elección entre la tecnología china y la tecnología occidental es una cuestión económica, no geopolítica”.
Es posible que la crisis de la covid-19 incremente las tensiones internas respecto a la política china de Indonesia, pero sin alternativas sustantivas por parte de otras para impulsar su crecimiento económico, la pandemia por sí sola puede que no sea el botón de reset que muchos habían anticipado.
- Pierre van der Eng, “Why does Indonesia seem to prefer foreign aid from China?”, East Asia Forum, diciembre del 2017.
- Meaghan Tobin, “My way or the Huawei: how US ultimatum over China’s 5G giant fell flat in Southeast Asia”, South China Morning Post, 20 de abril del 2019.