KLAUS DODDS
Profesor de Geopolítica, Royal Holloway, University of London
La geopolítica del Ártico no es lo mismo que la geopolítica ártica. Es importante hacer esta distinción, porque la primera viene determinada por criterios geográficos y/o políticos; mientras que la geopolítica ártica, debe buena parte de su impacto a lo que denominaré “poder narrativo”: el poder que tienen las historias de convertir al Ártico en un espacio de y para la geopolítica. En este ámbito, dos líneas dominantes son fácilmente identificables: la primera es la del “excepcionalismo ártico”, mientras que la segunda hace referencia a la “geopolítica de las grandes potencias,” que bebe de múltiples tradiciones del pensamiento geopolítico. Más recientemente, los académicos han segmentado la arena geopolítica ártica en tres dimensiones y niveles: relaciones, redes y actores bilaterales, regionales y globales. Se trata de un campo de investigación académica vivo y diverso.
La geopolítica del Ártico
La geopolítica del Ártico puede interpretarse de diferentes maneras. Un buen punto de partida es la definición, que describe el Ártico como la región circumpolar en la que el círculo polar Ártico se considera como un marcador significativo de identidad. Así definida, la línea de 66 grados de latitud norte significa que el Ártico comprende territorios poblados por unos 4 millones de personas, y pertenecientes a ocho estados árticos –Canadá, Dinamarca/Groenlandia, Finlandia, Islandia, Noruega, Rusia, Suecia y Estados Unidos– que son reconocidos como los principales actores en la región. Los pueblos indígenas varían en número e importancia en la región y cuentan con una amplia representación en Alaska, norte de Canadá y Groenlandia. En segundo lugar, el Ártico puede entenderse, no tanto como una región circumpolar continua, sino más bien como una sucesión de lugares que conectan con otros espacios y otros pueblos. Las comunidades indígenas, por ejemplo, tienen una ubicación concreta en un territorio determinado pero al mismo tiempo, comparten solidaridades y lealtades transnacionales, como es el caso de los inuit de Alaska, Groenlandia y Canadá, y del pueblo sami en el norte de Escandinavia y Rusia. En tercer lugar, podría también interpretarse el Ártico a partir de las redes comerciales, de bienes y servicios, o de infraestructuras, como los oleoductos y el cableado submarino. Buen ejemplo de ello son las rutas marítimas árticas, como la ruta del Mar del Norte, que recorre la costa septentrional de Rusia, y que atraen una atención creciente ante la posibilidad de que permitan conectar Europa con Asia Oriental a través del Ártico. El hecho de que pensemos en el Ártico como una región, como un lugar o como una red, determinará claramente nuestro pensamiento acerca de la geopolítica del Ártico.
Otro factor que determina la geopolítica del Ártico es la noción del Ártico como un espacio sujeto a cambio. Sucesivos estudios sobre el deshielo marino, la descongelación del permafrost, los incendios zombis y la acidificación oceánica han reforzado la concepción de un Ártico en movimiento. El Ártico se ha convertido en la región por excelencia donde convergen las fuerzas abstractas del cambio climático y el Antropoceno. El derretimiento del hielo oceánico conlleva cambios en la distribución de los mamíferos marinos, y también en la disponibilidad y accesibilidad de recursos alimenticios para los miembros de la comunidad local.
Finalmente, la geopolítica del Ártico se ve inevitablemente afectada por las “geometrías del poder dominantes”, para usar un término acuñado por la geógrafa británica Doreen Massey. La mayoría de los análisis geopolíticos coinciden en que la pérdida de hielo marino en el Océano Ártico y en los mares circundantes constituye un auténtico punto de inflexión geoestratégico. Un océano previamente congelado, apenas visitado por submarinos nucleares y por rompehielos durante la Guerra Fría, está en proceso de convertirse ahora en un Ártico “de aguas azules”. Se abre así la posibilidad de que nuevas rutas marítimas a través del Océano Ártico, incluida la Ruta Transpolar, se conviertan en una realidad en las próximas décadas. A consecuencia de ello, algunas agencias internacionales como la Organización Marítima Internacional (OMI) de las Naciones Unidas se han ido involucrando cada vez más en la redacción e implementación de un Código para la Navegación Polar. Y a medida que el Océano Ártico está siendo reconceptualizado como un “Mediterráneo polar”, una serie de actores extra-regionales y globales contribuyen a transformar todavía más la gobernanza de la región, generando entre las comunidades locales y nacionales el temor de que el Ártico se convierta en un espacio “cada vez más globalizado”.
En síntesis, la geopolítica del Ártico gira en torno a dos ejes: la descomposición y la yuxtaposición. Las cosas se están desmoronando y desapareciendo en el Ártico, mientras que las personas, las cosas y los mecanismos de la gobernanza se están yuxtaponiendo unos con otros. La consecuencia de ello es que los patrones establecidos del pensamiento y de la práctica geopolítica están siendo distorsionados.
El excepcionalismo ártico reside en la creencia de que el Ártico es una región política en la que los impulsos cooperativos prevalecen sobre las posibilidades de conflicto
La geopolítica ártica
A diferencia de la anterior noción, la geopolítica ártica es más bien un discurso, un dispositivo conceptual y un recurso narrativo. Existen dos líneas dominantes. La primera es el excepcionalismo ártico: el establecimiento del Consejo Ártico en 1996 declaró que había y hay ocho estados árticos, y que disfrutaban de una relación especial con los pueblos indígenas de la región (Participantes Permanentes). Estados no árticos como el Reino Unido, Alemania y Francia fueron invitados como observadores de este foro intergubernamental. El Consejo Ártico se construyó en la era posterior a la Guerra Fría sobre un dividendo de paz y sobre el trabajo diplomático y científico de la Estrategia para la Protección Medioambiental del Ártico. Sin embargo, este no es el único foro regional existente. Otros foros como el Consejo Nórdico son anteriores, pero no cabe duda de que el Consejo Ártico ha conseguido incentivar a otros, como los estados no árticos y a diversas organizaciones intergubernamentales y no gubernamentales, a solicitar el estatus de observadores. La solicitud del estatus de observador por parte de la Unión Europea sigue pendiente, lo que se debe en gran parte a la resistencia canadiense y rusa a causa, respectivamente, de una prohibición anterior de la UE sobre la exportación de focas, y de la continua imposición de sanciones. En mayo de 2013 China y otros cuatro estados asiáticos, incluidos Japón y Corea del Sur, fueron admitidos como observadores en el Consejo Ártico, subrayando la creciente importancia del Ártico como foco de atención global.
A lo largo de la década de 1990, era común entre los académicos sumar a la larga lista de excepcionalismos árticos el de la ausencia de conflicto y del compromiso de los estados árticos con un régimen de coexistencia pacífica que priorizase la protección medioambiental y el desarrollo sostenible. La realidad ha sido bastante diferente. Estados árticos como Rusia, Canadá y Dinamarca/Groenlandia han emprendido medidas legales orientadas a expandir sus derechos soberanos sobre el Océano Ártico. Sin embargo, Noruega y Rusia continúan cooperando entre ellas, pese a las preocupaciones de Noruega y de la OTAN relativas a la militarización rusa. Incluso tras la anexión de Crimea, Rusia y los miembros del Consejo Ártico siguieron colaborando entre ellos y negociando tratados legalmente vinculantes sobre temas como la respuesta a los vertidos de petróleo o la cooperación científica. El excepcionalismo ártico reside en la creencia de que el Ártico es una región política en la que los impulsos cooperativos prevalecen sobre las posibilidades de conflicto.
Otro tipo de excepcionalismo en la geopolítica ártica es la cuestión indígena. El Consejo Ártico garantiza a sus Participantes Permanentes como el Consejo Sami y el Consejo Circumpolar Inuit un lugar especial en su foro intergubernamental. Los Participantes Permanentes han promovido activamente sus propias formas de geopolítica indígena nacional y transnacional. La Declaración Circumpolar Inuit sobre la Soberanía en el Ártico del año 2008 fue categórica en su afirmación de que “uno de nuestros derechos básicos como pueblo es el derecho a la autodeterminación. Tenemos derecho a determinar libremente nuestro estatus político, a perseguir libremente nuestro desarrollo económico, social, cultural y lingüístico, y a disponer libremente de nuestras riquezas y recursos naturales. Los estados están obligados a respetar y a promover la realización de nuestro derecho a la autodeterminación”. Reivindicando una mayor autonomía y reafirmando sus derechos de acceso a la tierra y a los recursos, los pueblos indígenas del Ártico han movilizado sus propios intereses, visiones y anhelos de una futura gobernanza ártica. En Groenlandia, que ha sido objeto de una gran cantidad de intrigas y especulaciones respecto a los recursos minerales y al acceso estratégico por parte de China, Estados Unidos y Dinamarca, el Gobierno local se ha mantenido firme al asegurar que será él quien decida su política económica y sus objetivos políticos generales.
En el Ártico, China, Rusia y Estados Unidos están promoviendo sus propias agendas geopolíticas y geoeconómicas. En la era pos-Crimea, por ejemplo, Rusia y China han articulado una relación estratégica basada en la energía y la navegación. China se ha reimaginado como un Estado casi ártico. Es probable que, bajo la administración Biden, Estados Unidos dé marcha atrás en sus iniciativas de extracción petrolífera y gasística en la zona ártica de Alaska, pero asistiremos seguramente a un renovado énfasis en la seguridad nacional y en la defensa hemisférica. La OTAN y Rusia seguirán acusándose mutuamente de comportamientos provocadores en el Atlántico Norte y en el Ártico. Estados Unidos y Canadá invertirán más tiempo y recursos en promover una mayor conciencia de la situación y en la defensa aérea.
Es posible que el excepcionalismo ártico pierda tracción a medida que suban las apuestas. Con Rusia asumiendo la presidencia del Consejo Ártico (2021-2023), se abre la posibilidad de una restauración potencial del Foro de Guardacostas Ártico como una medida inicial para fomentar la confianza, ya que cabe recordar que este foro no tiene competencias para tratar cuestiones de seguridad. Desde la perspectiva rusa, los incentivos económicos para convertir el Ártico en una zona de confrontación son nulos; Rusia necesita de la inversión china en su sector energético, y todas las partes necesitan prepararse para lo que puede traer consigo el nuevo sistema climático ártico. En el Ártico ruso, la descongelación del permafrost generará por sí sola unos costes enormes y creará disrupción en las infraestructuras y en los edificios.
La geopolítica del Ártico y la geopolítica ártica tendrán que acostumbrarse a un Ártico más cálido, más lluvioso y menos congelado, y esto debería poner en alerta a todos aquellos que ven con buenos ojos la “apertura” del Ártico.