MAHMOOD SARIOLGHALAM,
Profesor de Relaciones Internacionales, Shahid Beheshti University, Teherán
Durante los últimos 150 años la política iraní y la naturaleza de los desafíos de sus sistemas políticos se han caracterizado por una búsqueda de los iraníes de la soberanía nacional. El punto teórico y principal de esta búsqueda ha sido la cuestión de Occidente. ¿Cómo proceder a la hora de definir Occidente? ¿Cuáles son los límites de ser “occidental”? ¿Cómo regular, moldear y dirigir las relaciones con Occidente? Por último, ¿Cómo reducir la influencia política occidental en Irán? La Revolución Islámica de 1979 no solo fue otro intento de abordar esta cuestión de la soberanía nacional, sino que también impulsó otra propuesta política: la reducción o, en el caso de algunos grupos, la finalización de la influencia cultural y política occidental en Irán.
La Revolución de 1979 modificó, paradigmáticamente, el panorama regional y global de Irán. Antes de la revolución, la política exterior de Irán se centraba en las relaciones estratégicas con Estados Unidos y Europa. Oriente Medio no se consideraba como un escenario estratégico para el bienestar, el desarrollo económico e incluso para la seguridad nacional de Irán. Dada su superioridad en la mayoría de índices y en su relación estratégica con Estados Unidos, Irán mantenía relaciones cordiales con la mayoría de países de Oriente Medio, gestionaba sus puntos de fricción con Irak y Arabia Saudí e incluso tendió la mano para rescatar al régimen de Omán de la oposición comunista.
La combinación de los objetivos y orientaciones de Irán después de la revolución podrían resumirse en las tres siguientes categorías. Tales objetivos abarcan el espíritu de la Constitución iraní de 1979: crecimiento económico y desarrollo, defensa de la integridad territorial y de la soberanía nacional; defensa de los derechos de los musulmanes y de los movimientos de liberación, por una parte, y la confrontación con Israel y Occidente (sobre todo con Estados Unidos) por la otra; y el establecimiento de una política islámica basada en los principios chiíes.
Estos tres objetivos pueden representarse gráficamente en forma de tres círculos concéntricos. El gráfico de la página siguiente describe su interacción y relaciones mutuas.
Después de la Revolución, el mundo musulmán se convirtió en el punto de atención geopolítico principal de la política exterior de Irán. Las tendencias islamistas de Irán se hicieron eco de los defensores del tercermundismo, significando con ello la autosuficiencia, la soberanía política y una distancia estratégica respecto de las potencias globales. Como todos los demás sistemas revolucionarios, Irán vivió asimismo diversas escuelas de pensamiento con sus distintos grados revolucionarios. Revolucionarios e internacionalistas constituyen dos grupos en el seno del establishment iraní que han resistido hasta el día de hoy. Estos dos bandos surgieron después de la guerra Irán-Irak (1980-1988). Es digno de resaltar que cabe extraer paralelismos similares de la experiencia china y soviética, cuando alcanzaron el punto culminante de sus contradicciones respecto a su posición internacional en los años setenta. Como consecuencia de ello, la Unión Soviética se desintegró y China aceptó la situación vigente. Los que prestaron atención a la posición global de Irán y al bienestar del ciudadano medio se situaron claramente en la escuela internacionalista. Para ellos, el desarrollo económico, la modernización, la riqueza nacional, el acceso a las tecnologías de la información, la salud, la educación, la eficiencia y la globalización eran competencia del Estado. La escuela revolucionaria consideró la historia, la difícil situación del mundo islámico, la lucha contra el imperialismo y la adhesión a un código de conducta ética como cuestiones urgentes. La escuela revolucionaria de pensamiento consideró que el islam era una ideología integral. No había necesidad de echar una mano a los extranjeros. En último término, Irán no había conseguido ningún resultado de la cooperación con los británicos, los rusos y los estadounidenses. El panorama internacional se basa en la opresión, la conspiración y el sentimiento anti-islámico.
Además, el grupo revolucionario cree en la conservación del orden ideológico y en el control estatal de la cultura, de modo que considera el mundo occidental como un enemigo de Irán. El grupo internacionalista, sin embargo, no disocia la estructura interna de la dinámica global, la economía nacional de la política exterior y la seguridad nacional del desarrollo económico. El primer grupo, los revolucionarios, considera que Irán debería concentrarse en su agenda interna y mantener una distancia calculada de la comunidad internacional. El segundo grupo promueve el desarrollo económico nacional y cree que Irán debería ingresar en la OMC y convertirse en un miembro normal de la comunidad internacional. La primera categoría afirma que la seguridad de Irán queda garantizada cuando se aparta de las imposiciones económicas y políticas del sistema capitalista internacional liderado por Estados Unidos. La segunda categoría, sin embargo, presupone que el sistema de seguridad nacional de Irán proviene de su interdependencia económica con respecto a la comunidad internacional y que Irán debería concentrarse en producir riqueza nacional, diplomacia económica y practicar una línea de soft politics. Mientras que las percepciones de amenazas en el caso del primer grupo se sitúan en el área militar y de la propia existencia del país, el segundo percibe las cuestiones económicas, sociales y de política moderada como amenazas básicas contra el sistema.
A diferencia de la opinión generalmente aceptada, lo esencial de la política exterior de Irán desde 1979 ha corroborado una notable estabilidad y continuidad. El enfoque básico de las políticas iraníes con respecto a Estados Unidos, Rusia, Europa, los principales países árabes y la cuestión palestina ha permanecido fundamentalmente intacto. Buena parte de su coherencia y continuidad guardan relación con el tipo de régimen en Irán, que no siempre se ajusta al característico Estado-nación con intereses y políticas definidos y establecidos sobre la base de realidades políticas y geográficas. En su época ideológica, la Unión Soviética y China mostraron asimismo un cierto grado de universalismo. Aunque se supone que las políticas no son eternas, en el caso iraní las políticas relativas a cuestiones y países importantes se han basado en la naturaleza inmutable de los “intereses nacionales de la República Islámica de Irán”. A diferencia de la mayoría de los otros estados, los intereses nacionales en este caso han seguido una trayectoria permanente. Cabe argumentar que los estados de raíz ideológica no son libres para actuar con flexibilidad en su definición de tendencias e instituciones y, por tanto, se ven obligados a justificar sus enfoques sobre la base de raíces filosóficas o estructurales. Sin embargo, en el caso de Irán, los así llamados “intereses nacionales” del Estado no se limitaron a los límites territoriales del país. Como un “Estado islámico”, Irán estaba obligado a actuar más allá de sí mismo y a servir los intereses de los “musulmanes despojados de sus derechos”. Esta creencia procedía, por supuesto, de una escuela de pensamiento de la teología política chií que llegó a su madurez en los siglos XIX y XX cuando los activistas religiosos y nacionalistas iraníes persiguieron la independencia del país con respecto a las intrusiones occidentales. Los grupos religiosos y nacionalistas lucharon codo con codo durante este período. Sin embargo, sus diferencias no afloraron hasta que el régimen de Pahlavi fue derrocado en 1979. De hecho, el primer enfrentamiento conceptual en Irán después de la Revolución fue sobre los intereses nacionales o islámicos del Estado. Aunque sucesivos gobiernos han intentado centrarse en el desarrollo económico y en las relaciones cordiales con otros países, el Estado en su conjunto ha hecho hincapié en objetivos ideológicos, haciendo del estancamiento un rasgo permanente. Los islamistas argumentaron vigorosamente que al fin y al cabo los principios de la revolución eran islámicos y que el islam no seguía la lógica propia de Westfalia del Estado-nación. El islam político se atuvo a su propia perspectiva sobre el territorio y los intereses. Así, en sentido apropiado, el islam político y el liberalismo no podrían coexistir.
De los temas relativos a la seguridad nacional de Irán, tales como el narcotráfico, la fuga de cerebros, la desertificación y el aumento de la población joven, ninguna puede equipararse a la importancia de los adversarios externos
Agravios históricos iraníes e islamistas
Este contexto ideológico islamista fue una ampliación del marco ideológico interno y reforzó los objetivos de la Revolución Islámica. Mientras que en la primera década de la Revolución (1979-1989), la proyección de esta política exterior respondió a una función ideológica, la proyección regional de Irán se propuso otro empeño: la contención de Estados Unidos. Mientras Estados Unidos e Irán experimentaron una escalada de enfrentamiento, las autoridades iraníes llegaron crecientemente a la convicción de que existía un consenso bipartidista en Estados Unidos para deponer la República Islámica. Por tanto, se abrió paso una implicación regional de Irán como instrumento de capital importancia para garantizar la seguridad nacional y del régimen. Cualquier represalia estadounidense topaba con una posible respuesta iraní en Líbano, los territorios palestinos, Irak, la península Arábiga y Afganistán. El paradigma islamista que en su día representó una creencia ideológica se impulsaba ahora como la “doctrina de seguridad del Estado”. En los años noventa, tanto Estados Unidos como Irán desarrollaron complejas estrategias operativas de contención de forma recíproca. Desde esta perspectiva, la política exterior islamista de Irán sobrevivió durante alrededor de tres décadas e incluso obtuvo apoyo debido a las exigencias de seguridad nacional de la República Islámica. Por tanto, puede decirse que las obsesiones procedentes de la política exterior de Irán reflejan las exigencias de seguridad del régimen y reproducen y refuerzan la legitimidad, soberanía, seguridad nacional y necesidades económicas del Estado. Aunque varias administraciones estatales entre 1989 y 2015 pueden haber seguido distintos enfoques, estilos diplomáticos y lenguaje, la dirección general de la política exterior con relación a los principales países y cuestiones ha seguido una línea esencialmente constante. Puede enumerarse, según las siguientes consideraciones: las relaciones económicas extranjeras son independientes de los objetivos de política exterior y de la geopolítica; la supremacía de la orientación ideológica; las interacciones entre ideología y legitimidad; y la interconexión entre ideología y seguridad nacional.
A continuación, se indican cuatro áreas de razonamiento para desarrollar la proposición de que la República Islámica de Irán ha mantenido una política exterior fundamentada en las consideraciones mencionadas anteriormente.
Política económica y política exterior
En cuanto a la separación entre política económica y línea de política exterior, desde el primer día, las autoridades de la República Islámica no dudaron en declarar vigorosamente que el objetivo de la revolución no era únicamente el desarrollo económico del país. De hecho, discurso tras discurso, los oradores revolucionarios sobrepusieron la justicia al desarrollo. En este caso, la justicia emanaba de la espiritualidad y el igualitarismo más que de la distribución económica. Buena parte de esta perspectiva derivaba de las interpretaciones islámicas del hombre, la sociedad y la política. A través de la historia de la revolución iraní, puede argumentarse convincentemente que las cuestiones políticas han eclipsado en todo momento las preocupaciones y prioridades económicas. Los ingresos procedentes del petróleo aportaron la tranquilidad política y de seguridad y se atendieron las necesidades diarias de la población. Los recursos nacionales debían destinarse a enriquecer la moral humana y a liberar el territorio musulmán de cualquier control exterior. Al fin y al cabo, la revolución en Irán era el equivalente de la independencia de los países africanos y asiáticos en los años cincuenta y sesenta. Por tanto, se requerían cambios estructurales; el cambio no era solo un cambio de gobierno. No obstante, los cambios estructurales radicaban más en la institucionalización de nuevos acuerdos políticos y de marcos y posiciones socio-religiosas. Como el tiempo demostró, la economía de Irán siguió basándose en los ingresos procedentes del petróleo. A lo largo de los años, entre el 80% y el 90% del presupuesto nacional se basó en esos insumos. Tras las sanciones, la dependencia en cuestión se redujo aproximadamente a un 55%.
Un perspicaz desarrollo conceptual en el período posrevolucionario de Irán fue centro de atención de la planificación nacional y de la “indigenización” de las relaciones económicas exteriores. El tercermundismo y la autoconfianza –axiomas poscoloniales del movimiento de países no alineados– fueron los pilares de la estrategia nacional de desarrollo. Se encajaron las sanciones y la desconexión de la economía del mundo occidental. La estrategia oficial fue proponer una civilización alternativa al “materialista” mundo occidental. Una economía modelada según los esquemas de Corea del Sur, Brasil, Malasia, o Turquía exigió relaciones de cooperación con los centros de poder económico, comercial y tecnológico. Debido a su enorme mercado interno y superioridad tecnológica, Estados Unidos por sí mismo es un pilar o Estado indispensable para cualquier país que tenga como objetivo el crecimiento económico; de esta manera, las posteriores sanciones estadounidenses unilaterales privaron asimismo a Irán de la obtención de nuevas tecnologías de cualquier país a fin de actualizar su industria petrolífera y gasista. Mientras entraron los ingresos del petróleo, Irán no necesitaba preocuparse por mantener una economía de subsistencia. El desarrollo de industrias de alta tecnología, la expansión de la infraestructura petroquímica, el aumento de la capacidad de exportación de artículos duraderos y no duraderos a los principales mercados, no figuraban ni podían figurar en la agenda política nacional. Incluso en el área de sus vecinos del sur, Irán no podía desarrollar una estrategia para hacerse con una cuota conveniente en los mercados árabes y aprovechar las ventajas de las economías en expansión de la península Arábiga, en la que, dicho sea de paso, trabajan unos seis millones de ciudadanos indios a todos los niveles de estas economías. Las cuestiones de la seguridad y de las diferencias y fricciones religiosas e ideológicas constituyeron importantes obstáculos para la cooperación con los países vecinos. Bajo tales condiciones era impensable la integración económica regional.
Debido al enfoque ideológico hacia Estados Unidos y las crecientes sanciones aplicadas a Irán por parte de Washington, las relaciones económicas iraníes con los países occidentales empeoraron de forma gradual. El conflicto de Irán con Israel y su negación del holocausto representan, tal vez, la causa como tal más digna de atención de su conflicto con Estados Unidos. Esta variable, por sí misma, es una explicación sustancial del modo en que el paradigma islámico dominó el discurso de las instituciones iraníes en política exterior y sentó las bases de su conducta internacional. De haber definido Irán sus intereses nacionales como el fomento de su capacidad económica, debería haber perseguido un rumbo diferente en su política exterior, alentando la transferencia de tecnología y la inversión directa extranjera, sobre todo en el terreno de su deteriorada industria petrolífera y gasista. El desarrollo económico, tal como es practicado por los BRICS o por países de menor tamaño como Turquía, Malasia, Corea del Sur y Singapur exigían una cooperación con los principales países occidentales, en especial Estados Unidos. China no empezó a desarrollarse económicamente hasta que normalizó sus relaciones con Washington. Durante un tiempo después de la revolución, Irán concentró su comercio con países en desarrollo, pero poco después de la guerra con Irak en 1988 lo reorientó hacia sus socios tradicionales en Europa y Asia.
En resumen, la economía de Irán no es interdependiente con relación al resto del mundo. Es, esencialmente, una economía de trueque en la que el petróleo se intercambia con bienes y servicios. La línea política de su política exterior, por tanto, no se entrelaza con las relaciones económicas con el extranjero y, tal vez, tampoco se la puede vincular con ellas. Como Irán desea mantener una distancia estratégica respecto de las grandes potencias, su aislamiento autoimpuesto proporciona espacio y margen de maniobra a sus autoridades políticas. A este respecto, la internacionalización de una economía no solo moviliza la capacidad productiva interna de un país, sino que con el tiempo encauza el sistema para adecuarse a las normas de la estructura global de poder. Desde la perspectiva estatal de Irán, la interdependencia complica la independencia política y provoca una injerencia extranjera gradual, una tendencia contra la que la Revolución Islámica ha luchado denodadamente. Si Irán tratara de emerger como otra Turquía o Malasia, su estructura de poder interno así como sus fuerzas para legitimar este sistema tendrían que alterarse. La política exterior de Irán, por una parte, y sus relaciones económicas por la otra, se dividen en dos férreas líneas. Al reducir sus relaciones económicas exteriores a una mera economía de trueque, Irán ha emergido ampliamente como un Estado situado fuera de los procesos colectivos globales de adopción de decisiones. Se trata de una elección que ha adoptado Irán y que ha sido impuesta sobre su inercia de adopción de decisiones por una dialéctica histórica.
La economía iraní no puede mejorar a menos que tengan lugar cambios fundamentales de orientación en materia de política exterior
La continuidad ideológica de la política exterior de Irán
Los rasgos esenciales del poder en la República Islámica son ideológicos y, en consecuencia, su política exterior es, asimismo, ideológica. La naturaleza del poder tanto en países industrializados como en los que ha evolucionado recientemente se basa en la promoción del sector privado, la acumulación de riqueza, el fortalecimiento de las clases medias y la expansión del PIB. En estos países, la política exterior está al servicio de tales políticas y es un instrumento de poder nacional. En una serie de países como Corea del Sur, Brasil, Malasia e incluso Turquía, tales objetivos se han generalizado y son ahora universales. Los políticos de esos países están al servicio de un propósito nacional determinado y, posiblemente, definido globalmente. Aunque se pueda entender la expansión de la riqueza económica como ideología, esta se halla al servicio del individuo medio. Como es bien manifiesto, el individuo medio en la Asia actual vive mucho mejor que hace una generación y, a diferencia de Europa Occidental, las clases medias en Asia están en aumento. Un indicador de la salud económica y de la estabilidad política de un país es su capacidad económica, social y administrativa interna de atraer inversión directa extranjera. Cuando un país se define y declara como único y exclusivo, no interesado en hacer participar a otros, pierde competencia para formar parte de coaliciones e identificar objetivos comunes con países vecinos o distantes.
En una era de sociedades e industrias interconectadas, Irán ha permanecido visiblemente fuera de las redes globales. En cierto sentido, el establishment político de Irán no puede desgajarse de la historia, de las prácticas indebidas e intervenciones de las potencias extranjeras en los siglos XIX y XX. La ideología es un medio de combatir a grandes potencias e intentar compensar los perjuicios cometidos en el pasado. En la versión iraní de la ideología islámica, mantenerse a distancia de las grandes potencias es una virtud. Aporta espacio y proporciona un potencial para desarrollar un modelo personalizado de desarrollo y sostenibilidad del sistema. De este modo, la disconformidad con las potencias extranjeras es un principio celosamente guardado en la República Islámica; las consecuencias económicas potencialmente negativas son irrelevantes. Si la República Islámica de Irán traza políticas y economías globales similares a las de Turquía y Malasia, deja de ser la República Islámica de Irán; es, sencillamente, otro país en vías de desarrollo disuelto en el sistema neorrealista global. Los líderes iraníes anhelan mantener un carácter singular y excepcional. En consecuencia, deben defender su autenticidad ideológica a cualquier precio. Es difícil pasar por alto el factor religioso de esta actitud. La bibliografía aparecida en los círculos religiosos de Irán a lo largo del siglo XX ha abogado por la distancia y el particularismo. Con este trasfondo, el islam político evolucionó como una doctrina tanto para oponerse al régimen occidentalizado del Shah como para combatir el comunismo. En cierto sentido, lo que distingue a Irán de otros es su inclinación ideológica, no solo en su configuración interna sino también en su política exterior.
Una repercusión distinta de la política exterior de Irán han sido los conflictos en materia de seguridad con la mayoría de sus vecinos y con muchos otros países en su área cercana. Debido a los principios del islam político según los cuales se aboga por los intereses de una colectividad en lugar de una nación-Estado, Irán ha apoyado un punto muerto en la relación con Israel durante más de tres décadas. Si Irán se atuviera a sus intereses nacionales según el sistema de Westfalia, podría mostrar solamente su simpatía al pueblo palestino. Pero Irán es un bastión del islam político y no puede pasar por alto la difícil situación del movimiento de liberación palestino. Como se ha destacado antes, el islam político sitúa la política y la cultura por encima de los intereses económicos y, por tanto, no puede alinearse con las grandes potencias. En teoría, el capitalismo es rechazado y la expansión del poder nacional comercial y financiero no es valorada. En este contexto, el concepto de poder es equiparado al poder ideológico. Aunque el islam político tiene diversos fundamentos filosóficos, los resultados de sus procesos internos y de su política exterior se parecen a los del bloque del Este de los años cincuenta y sesenta. Mientras que la eficiencia, la productividad y el buen gobierno se han convertido en valores universales para una notable mayoría de países, los mecanismos de la sostenibilidad ideológica constituyen la lógica del islam político. La historia nos dice que las revoluciones no pueden triunfar y experimentar la continuidad sin una fuerza ideológica. La Revolución Iraní no es una excepción. Mientras que en los años ochenta la política exterior y su principio de “exportar la revolución” aportaron mayor vigor ideológico, en el Irán actual la ideología es mucho más necesaria en casa. La política exterior es solo su ampliación natural hacia el exterior.
La interconexión entre ideología y legitimidad
La soberanía y la legitimidad de la República Islámica dependen de la naturaleza ideológica de su política exterior. Todos los países definen su soberanía sobre el fundamento de sus convicciones. La República Islámica se halla establecida sobre el principio de “no normalización” con Estados Unidos y de la ilegitimidad de Israel. Si Irán modificara estas políticas y respondiera positivamente a los gestos de apertura de Estados Unidos, es posible que hiciera frente a crecientes contradicciones en su definición de soberanía nacional y legitimidad del Estado. Aún más, si Irán caracterizara a Israel como Jordania o Egipto, sus credenciales revolucionarias serían cuestionadas por el gran aparato de seguridad adoctrinado sobre bases ideológicas. Irán, inequívocamente, se distancia del nacionalismo, el laicismo y el capitalismo. En cuanto a eso, una configuración del Estado adquiere carácter exclusivo y prolonga su legitimidad y soberanía sobre bases ideológicas y el islam político. El retrato político se vuelve mucho más complejo cuando se analizan los cambios en el seno de la sociedad iraní durante las últimas tres décadas. Un arcoíris de pensamientos y actitudes políticas ha surgido durante este período. La ironía es que una gran mayoría de iraníes son mundanos y materialistas en el sentido occidental de los términos, y se interesan por los productos y servicios de los países ricos y modernos.
Por ello, debido a estas divisiones conceptuales internas, la ideología ha adquirido aún más vigor como dispositivo destinado a reforzar la sostenibilidad del sistema. Análogo a la historia egipcia y rusa, donde el arte de construir procesos de consenso es deficiente, el centralismo ideológico se convierte en la única alternativa para mantener la soberanía nacional y la legitimidad del Estado. Para complicarlo todavía más en el plano teórico, fuentes divergentes y a veces contradictorias de identidad conducen a una compartimentación de las sociedades. Si Irán adopta un enfoque distinto en su política exterior, habrá de recurrir a una distinta fuente interna de sistema de creencias, identidad y grupo de referencia. Cualquier cambio en política exterior conduce de modo natural a un distinto electorado interno. Todos los colaboradores de un sistema político dado deben adaptarse a las políticas de su establishment político. Al fin y al cabo, no está claro si los debates rivales o, aún más ambiguos, los paradigmas rivales, son posibles en un marco ideológico. Las interpretaciones ideológicas de la realidad tienden únicamente a fomentar obsesiones. Las obsesiones a lo largo del tiempo alcanzan altos niveles de solidez y surgen como realidades intocables y sagradas. La fuerza de la rotación de la élite radica en la oportunidad de ajuste y modificaciones. La ideología exige permanencia, lo cual es contradictorio con las constantes variaciones de la condición humana. A este respecto, reorientar la política exterior de Irán obliga necesariamente a un nuevo consenso que alcanza a una diversa disposición de élites que pueden estar integradas por profesionales, empresas y una juventud expuesta a normas internacionales. Construir un consenso sobre las principales cuestiones nacionales es una desventaja esencial de los iraníes en su vieja lucha de un siglo para lograr la independencia y el progreso. Cabe argumentar que el radio de su posible nuevo consenso reemplaza el radio de un consenso ideológico. De llevarse a la práctica, la configuración del poder deberá entonces demarcarse de nuevo. El contrato social entre los iraníes se halla aún en construcción.
La interrelación entre ideología y seguridad nacional
La seguridad nacional de la República Islámica se halla entrelazada con las claves y la dirección de su política exterior. La seguridad de los estados se define sobre la base de sus prioridades nacionales y sus estructuras internas. Los enemigos de Francia, por ejemplo, son el terrorismo, el deterioro medioambiental, el paro y la proliferación nuclear. La Guerra Fría determinó la seguridad y legitimidad global de Estados Unidos para unas cuatro décadas. En el sistema internacional contemporáneo, un pequeño grupo de países señala a otros países como sus “enemigos” nacionales. Sin embargo, a causa del temperamento ideológico de su sistema interno y de su conducta en política exterior, los enemigos de Irán son Estados Unidos e Israel. No obstante, la retórica y la conducta de la República Islámica han servido de chivo expiatorio ideal para que los países de Oriente Medio y los protagonistas de fuera de la región persiguieran el aumento de su poderío militar, el alcance regional, las alianzas políticas y la consolidación de la seguridad. Es interesante subrayar que la normalización de las relaciones con Estados Unidos alterará los parámetros de la configuración del poder interno en Irán. Todos los países precisan un principio organizador esencial de su doctrina de seguridad nacional. El terrorismo adquiere tal consideración en el caso de la mayoría de países occidentales. Aunque existen numerosas cuestiones que amenazan la seguridad nacional de Irán, tales como el narcotráfico, la fuga de cerebros, la desertificación y el aumento de la población joven, ninguna puede equipararse a la importancia de los adversarios externos. La prioridad de tales oponentes sienta las bases del orden social en el país. Se trata de un instrumento altamente eficiente para edificar la razón de ser de un sistema y de todo aquello susceptible de perturbar tal razón de ser. La conducta de la República Islámica de Irán demuestra crecientemente que no puede “mezclarse” con las grandes potencias. En cierto sentido, cabe postular esta conducta sobre la base del islam político, que se considera que no puede coexistir con el capitalismo y el liberalismo. Asimismo, y desde una perspectiva filosófica, tampoco puede aceptar “la regla y primacía de otros”. En consecuencia, desde el punto de vista lógico, el islam político constituye más una reacción que un modelo y, la “democracia islámica”, una jubilosa euforia teórica que no responde a la realidad. Por lo tanto, el enfrentamiento y la denuncia se convierten en un estilo de vida. Por ejemplo, debido a su significación geoeconómica y geopolítica, si Irán se convierte en un país miembro del G20, tendrá que redefinir su identidad, sus procesos de legitimación interna y sus prioridades en materia de seguridad nacional. La consecuencia de tal remodelación será un nuevo consenso en el país, acompañado de nuevos rostros y nuevas ideas.
En sentido más arduo, tal nuevo acuerdo implicará una nueva visión mundial. Para construir un nuevo orden ideológico el compromiso requiere desde un principio una deconstrucción del orden antiguo. China constituye un ejemplo clásico; mientras la interpretación del mundo de Mao marcó la pauta de los debates sobre seguridad y economía, el país no estuvo en condiciones de interrelacionarse con el mundo exterior. Una verdadera deconstrucción del pensamiento de Mao fue un prerrequisito estratégico para emprender un nuevo rumbo. Las divisiones contemporáneas en el plano ideológico y, por tanto, político y social de Irán en función de la tradición y la modernidad no pueden posibilitar ni reunir los requisitos de esta transformación. Además, buena parte de los discursos datan de hace casi medio siglo. Por ejemplo, las concepciones de “Estado”, “Occidente”, “administración”, “disuasión” y “poder” se hacen eco de las ideas difundidas por el movimiento de países no alineados de los años cincuenta. La seguridad nacional, entonces, es la ampliación de una defensa del orden ideológico. Como se ha destacado anteriormente, el apoyo a agentes no estatales y movimientos de liberación es valioso para reforzar la moneda de cambio para asegurar, en última instancia, la salvaguardia de una actitud ideológica. En otras palabras, mantener el modelo ideológico con todas sus derivaciones constituye el fundamento más importante de la seguridad nacional.
Conclusión: la interrelación de la política interior, la seguridad nacional y la geopolítica regional
La idea de la Revolución Islámica fue, fundamentalmente, una respuesta a un legado histórico, el de una amplia intervención exterior en la vida social y política de los iraníes. El notablemente prolongado proceso de intervención extranjera dio lugar a las reacciones constitucionalistas y, en último término, revolucionarias para poner fin a la intervención exterior. A semejanza de otras experiencias revolucionarias, sintonizó las estructuras internas al compás de ciertas orientaciones de política exterior. Existe un singular desequilibrio entre las relaciones prerrevolucionarias entre el Estado y la sociedad y las bases populares de la República Islámica de Irán: las primeras constaban únicamente de un edificio de individuos y una élite estructural pero las segundas, esto es el Estado Islámico, mediante la lógica del proceso revolucionario creó una base social para sus propósitos. Especialmente entre las áreas rurales y la población urbana pobre fue donde la República Islámica encontró legitimidad.
No se precisó al parecer, una normalización para tales niveles elevados de armonización de propósitos y procesos. Pero este inesperado y limitado compromiso se concibió para obtener ventajas a corto plazo, faltas de normalización. Asimismo, para evitar aislarse y para poder ampliar sus relaciones, Irán tendió la mano en el pasado al Egipto de Mubarak, a numerosas autoridades saudíes, a Jordania y a Marruecos. Por otro lado, las relaciones de Irán con Turquía han sido las más estables de toda su política exterior posrevolucionaria, y las relaciones con Rusia y China se han asemejado a unas relaciones formales y pragmáticas. Debería observarse en este punto que ninguna de estas relaciones bilaterales supuso ningún impacto amenazador sobre el carácter ideológico del Estado ni sobre sus estructuras internas. La mayoría de países no tiene ni el interés ni la capacidad para revisar los rasgos sistémicos de la República Islámica.
Estados Unidos sobresale como el único país que posee intereses geopolíticos y estratégicos para llevar a Irán a su órbita. Las generalizadas sanciones unilaterales estadounidenses, acompañadas de las sanciones multilaterales de la Unión Europea y de las Naciones Unidas, han acarreado en conjunto perjudiciales consecuencias a la economía iraní. Esta no puede mejorar a menos que tengan lugar cambios fundamentales de su orientación en materia de política exterior. En esta coyuntura, la cuestión clave es la siguiente: ¿Puede Irán emular el ejemplo chino e introducir cambios en su política exterior y en su economía sin poner en peligro su sistema político? La solución de los conflictos con Estados Unidos se halla en el centro de los desafíos nacionales y de la supervivencia del sistema político a los que hace frente Irán. Y el choque más destacado con Estados Unidos es la caracterización que Irán hace de Israel, que en las tres últimas décadas ha desencadenado una tremenda animadversión hacia Irán en todas las posibles instancias internacionales.
En este marco, el enfrentamiento de Irán con Estados Unidos ha ofrecido incentivo y fuerza para la continuidad tanto de la República Islámica como de su política exterior durante esas tres décadas. La posición iraní sobre Israel y su discurso sobre el conflicto palestino-israelí ha propiciado enfrentamientos entre Teherán y Washington, que a su vez han ayudado a Irán a mantener un legado de legitimidad, soberanía, seguridad y estabilidad. Para los estados que aspiran a proyectar una imagen de singularidad, los conflictos y las crisis pueden tener valor estratégico y aportar consuelo psicológico. Dada la rivalidad entre China y Estados Unidos a propósito de las materias primas y los recursos energéticos, la idea de la República Islámica puede asimismo favorecer numerosos intereses tanto en el caso de las potencias globales en el mundo árabe como en el área más amplia de Oriente Medio. Una duda relevante asoma en el horizonte: ¿Perdurará a medio y largo plazo la rivalidad entre Irán y Estados Unidos que favorece numerosos intereses? Esto puede depender de varias dinámicas: la cuestión de la sucesión en Irán, la aptitud y la habilidad política de las fuerzas sociales del país para redefinir las prioridades nacionales y el precio del petróleo.
Un pilar esencial del desarrollo de un marco no consiste tanto en desafiar el sistema global sino más bien en edificar una sólida estructura interna para beneficiarse de las oportunidades y privilegios del orden internacional. Irán no tiene los amarres necesarios para moldear un orden regional de su preferencia política, pero posee el talento para agotar a los contrincantes. Una razón esencial de este rasgo iraní es su distanciamiento de las grandes potencias y sus continuas fricciones con gobiernos árabes. La tendencia iraní islamista (o chií) de excepcionalismo, insertada históricamente en su psique, es diferente de las orientaciones sociales y políticas de buen parte del mundo árabe.
No es de extrañar, entonces, que el establishment político iraní procure el apaciguamiento más que la normalización con Estados Unidos. Su actual distancia estratégica de Occidente es una calculada política de supervivencia. El resultado es que las preocupaciones por la seguridad dominan todos los aspectos de la política exterior y de la capacidad de decisión geopolítica, que se ve eclipsada por inclinaciones ideológicas. La política de seguridad y la estrategia geopolítica regional iraní actual responden a su política interna y brotan de las exigencias de la legitimidad política. Las políticas de seguridad de la República Islámica responden a la lógica de la disuasión. Mediante un enfoque gradual, los enclaves políticos y de seguridad de la región de Oriente Medio han proporcionado a Irán una franja de seguridad para apaciguar y contener posibles planes ofensivos estadounidenses e israelíes. En este contexto, Arabia Saudí ha emergido como protagonista de realpolitik más o menos independiente en la región, desplazándose desde una actuación entre bastidores a un manifiesto cambio de juego. Es, con diferencia, el país árabe más poderoso, más allá incluso del papel tradicional desempeñado por Egipto. Sus enormes recursos financieros, su alianza militar y de seguridad con Estados Unidos y, de modo más importante, su nueva autoafirmación en materia de política exterior, influirán sin duda en la geopolítica de Oriente Medio durante muchos años. La rivalidad geopolítica entre Arabia Saudí e Irán es la cuestión más importante de Oriente Medio, que eclipsa todos los conflictos en la región. Las tendencias geopolíticas revelan una rivalidad política entre Teherán y Riad en la que la segunda se halla en auge y que se extiende por toda la región desde la península Arábiga al Mediterráneo. Aunque político en su naturaleza, este conflicto entre ambos países responde también a diferencias sectarias y religiosas.
Las relaciones de Irán con Occidente solo mejorarán poco a poco. Las realidades políticas de la estructura interna de Irán, al menos por ahora, no permiten la existencia de relaciones cordiales con Estados Unidos en el futuro inmediato. Debido al acuerdo nuclear, el declive de Irán se ha detenido. El país mejorará su bienestar económico sin dejar de mantener sus conflictos ideológicos con las potencias regionales y globales. En un momento en que los contrastes de la economía política entre países de Oriente Medio se polarizan, las rivalidades geopolíticas pueden incluso ahondar las desigualdades económicas. Algunos países como Arabia Saudí y otros países árabes del golfo Pérsico poseen seguridad financiera y se benefician de las inversiones en sus fondos soberanos por valor de más de dos billones de dólares. Con una población relativamente pequeña y enormes recursos, no solo tienen un futuro más confortable sino que también pueden moldear la geopolítica de Oriente Medio. Irak, Siria y Libia hacen frente a una desintegración política y a la inestabilidad económica; la región de Oriente Medio es la entidad geopolítica más vulnerable de la comunidad global en términos de procesos de construcción del Estado. Casi todos los países de la región experimentan complejos procesos de evolución hacia estados-nación. Agentes no estatales violenta y políticamente motivados son tan influyentes como los estados, una característica no presenciada en ninguna otra región del sistema internacional. Se prevé que en los próximos años el teatro geopolítico de Oriente Medio experimentará más una gestión de los conflictos que su resolución.