FARIBA ADELKHAH,
Investigadora sénior asociada, SciencesPo-CERI
El panorama televisivo iraní está actualmente dominado, en una proporción inédita, por la numerosa presencia de políticos (o políticas) y personalidades culturales; no es un fenómeno casual, sino más bien el resultado de un proceso que, como veremos a continuación, tiene un largo recorrido. Actualmente, la nueva cadena pública, Nassim (“la brisa”), emite el programa de variedades Jandewaneh (“el tajo de sandía que sonríe”), un programa tipo stand up comedy que cinco noches por semana tiene como invitados a hombres y mujeres del ámbito público que a priori no pudieran parecer proclives a exponer, entre cantos y carcajadas, sus convicciones, sus análisis y detalles de su vida íntima1. Por ejemplo, entre sus ilustres invitados se encuentra Gholam-Ali Haddad Adel, el prestigioso filósofo que preside la Academia de las Letras de la República Islámica desde la Revolución, y que además de parlamentario de la derecha conservadora es también suegro de la hija del Guía de la Revolución2. Durante su intervención en el programa, Haddad accedió a recitar un poema propio dedicado a su esposa, acompañar el ritmo de la sintonía dando palmas, contar chistes (algunos de ellos bastante atrevidos) o recibir al «bufón del programa» (jenab-e khan), al tiempo que comentaba las quejas de la población del Juzestán3, ahogada por las tormentas de arena que provocó la degradación del medio ambiente tras la guerra contra Irak y el cambio climático. Esta escena sería inimaginable en los diez o veinte primeros años de la República, durante los cuales se imponía un código ideológico mucho más estricto y austero, en particular tratándose de un apparatchik de la nomenklatura revolucionaria, aunque sea filósofo y forme parte del círculo íntimo de Alí Jamenei.
En el otro extremo del espectro audiovisual, la televisión privada por internet Aparat (el proyector) recibe también a invitados de tendencias políticas diversas. Es el caso, por ejemplo, de Sadegh Jarrazi4, que ataviado de manera muy elegante y muy poco islámico-republicana -con fular y pañuelo de seda en el bolsillo y un traje de corte muy british (lo que supone toda una provocación en Irán)- respondió a las preguntas incisivas de los periodistas y detalló su meteórica carrera, que se inició a los 23 años en la representación iraní ante las Naciones Unidas, lejos del frente de la guerra contra Irak. Al ser preguntado por los dos mejores ministros de Exteriores que ha tenido Irán, citó a Ardeshir Zahedi -de la época de los Pahlavi- y a Mohammad Javad Zarif, que encabezó la delegación iraní en las recientes negociaciones sobre el programa nuclear. También y a lo largo de la entrevista, hizo un gran despliegue de palabras y nombres que irritan, como «monarquía», «Revolución Verde» o «Mohammad Jatamí», que resulta ser además el suegro de una de sus hijas.
Ambos programas pretenden ser dinámicos, muy libres en cuanto al tono, a veces insolentes o crueles. En Aparat, por ejemplo, una pulsera electrónica en la muñeca del invitado registra su pulso y sus reacciones emocionales, que aparecen en rojo en la pantalla, señalando a los telespectadores cuando el invitado está nervioso o se siente violento, lo que pretende rebelar si está mintiendo. En los dos programas, se invita a los telespectadores a pronunciarse por SMS sobre la franqueza y la pertinencia del interviniente. Este tipo de debates tiene una audiencia considerable. Jandevaneh ha enfrentado así a dos actores conocidos, el uno por sus convicciones reformistas y el otro por sus tendencias supuestamente conservadoras, en forma de juego, debiendo los telespectadores elegir al ganador: unos cinco millones de iraníes participaron en la votación, otorgando una ventaja de unos pocos miles de votos al vencedor, que resultó ser el reformista, aun cuando la cadena es pública, no lo olvidemos. Incluso la dramática naturaleza de la confrontación política de 2009 no impidió que los dos contendientes se congratularan mutuamente dándose un abrazo, ya que se trata de divertirse y de hacer gala de buen humor, como bien lo había entendido un programa culto ya en los años 1990, L’Heure du bonheur. De reírse pero también de convencer, jugando al juego de la verdad.
El activismo ya no está de moda, y no serán los acontecimientos de Siria, de Irak o de Yemen los que empujarán a los iraníes a la radicalidad. Sin embargo, las elecciones no se idealizan en forma de sueño democrático. Se presentan más bien como el arte de lo posible –la definición misma de lo político–, como un mal necesario del que podría surgir un bien.
La existencia de estos programas de entretenimiento de masas, en medios de comunicación de masas, no es un elemento trivial a ocho meses vista de las elecciones legislativas, las primeras tras la firma del acuerdo nuclear del verano de 2015. Incluso asumiendo la parte de diversión y juego para distraer al pueblo, dicen mucho sobre la evolución de la República Islámica. Cabe leer en ellos a la vez la teatralización, o en todo caso la escenificación, de la vida política y su profesionalización. Como gran artista, el insumergible Ali Akbar Hachemí Rafsanjani, expresidente del Parlamento, expresidente de la República, presidente por así decirlo inamovible del Consejo de Discernimiento de la Razón de Estado, hizo gala de una actuación deslumbrante, el 9 de agosto de 2015, permitiendo que se grabara, en su domicilio, la escena de la salida de su hijo camino de la cárcel de Evin para cumplir su pena, tras haber sido condenado por corrupción e implicación en la crisis post-elelectoral de 2009: en el vídeo5 el padre da un largo abrazo a su hijo, susurrándole al oído lo que deben ser versículos del Corán a modo de protección, un poco como se conforta a un luchador de zoorkhaneh6 a punto de bajar a la fosa de combate, o a un viajero que parte para cumplir con su deber. El mensaje político es explícito y doble: por una parte, que el paso por la “casilla de la cárcel” es una moneda común en Irán, ya sea por razones políticas, por delitos comunes o por impago de la pensión de alimentos en caso de divorcio (aunque la primera causa de encarcelación es la extensión de cheques sin fondos). Por otra parte, que todo político, por muy eminente y poderoso que sea, está sujeto a la ley de la República. 7
La existencia de estos programas de entretenimiento de masas, en medios de comunicación de masas, no es un elemento trivial a ocho meses vista de las elecciones legislativas, las primeras tras la firma del acuerdo nuclear del verano de 2015. Incluso asumiendo la parte de diversión y juego para distraer al pueblo, dicen mucho sobre la evolución de la República Islámica. Cabe leer en ellos a la vez la teatralización, o en todo caso la escenificación, de la vida política y su profesionalización. Como gran artista, el insumergible Ali Akbar Hachemí Rafsanjani, expresidente del Parlamento, expresidente de la República, presidente por así decirlo inamovible del Consejo de Discernimiento de la Razón de Estado, hizo gala de una actuación deslumbrante, el 9 de agosto de 2015, permitiendo que se grabara, en su domicilio, la escena de la salida de su hijo camino de la cárcel de Evin para cumplir su pena, tras haber sido condenado por corrupción e implicación en la crisis post-elelectoral de 2009: en el vídeo5 el padre da un largo abrazo a su hijo, susurrándole al oído lo que deben ser versículos del Corán a modo de protección, un poco como se conforta a un luchador de zoorkhaneh6 a punto de bajar a la fosa de combate, o a un viajero que parte para cumplir con su deber. El mensaje político es explícito y doble: por una parte, que el paso por la “casilla de la cárcel” es una moneda común en Irán, ya sea por razones políticas, por delitos comunes o por impago de la pensión de alimentos en caso de divorcio (aunque la primera causa de encarcelación es la extensión de cheques sin fondos). Por otra parte, que todo político, por muy eminente y poderoso que sea, está sujeto a la ley de la República. 7
La teatralización de la política, la banalización de las elecciones
Las entrevistas en la prensa escrita y en los programas de televisión de carácter político se han convertido, con sus ritos y sus códigos, en lugares de paso obligado para los candidatos a las diferentes elecciones, e incluso los más radicales, como Abas Abdi, que en el pasado participó en la toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos, se afanan ahora por adoptar un estilo refinado. Lejos está el tiempo de las invectivas revolucionarias, ideológicas y faccionales que prevalecieron mucho tiempo, aunque los ataques personales, en torno al enriquecimiento ilícito, o la denuncia de los enemigos del interior (nofouzi) siguen salpimentando, por no decir envenenando, el debate público. La vida política iraní ofrece así una curiosa mezcla de consenso (y de carcajadas) algo bobalicón y de violencia, en lo que no difiere tal vez mucho de la vida política de las democracias liberales, mutatis mutandis.
Y es que la teatralización va de la mano de la profesionalización. El más claro indicio de ello es que las elecciones se han impuesto hoy en día como el procedimiento político ineludible, incluso para la diáspora nacida en el exilio después de la revolución y, por tanto, potencialmente más o menos antirrepublicana, como lo demuestra su entusiasmo por los escrutinios y su importante participación desde 1997, en particular gracias a las posibilidades de información que ha abierto internet. El activismo ya no está de moda, y no serán los dramáticos acontecimientos de Siria, de Irak o de Yemen los que empujarán a los iraníes a la radicalidad. Sin embargo, las elecciones no se idealizan en forma de sueño democrático. Se presentan más bien como el arte de lo posible –la definición misma de lo político–, como un mal necesario del que podría surgir un bien. La otra cara de la moneda de esta trivialización de las elecciones, incluso para los iraníes del extranjero, consiste en mantener la sospecha legendaria que alimentan los partidarios de la República, siempre dispuestos a descubrir los «complots» (tote’eh) de los enemigos de la revolución susceptibles de introducirse en el juego político o en el debate público, esos famosos infiltrados (nofouzi) contra los cuales el Guía de la Revolución advirtió al día siguiente de la firma del acuerdo nuclear de julio de 2015, y cuya batida ha llegado a ser tan intensa que ha llevado al presidente de la República, Hassan Rouhani, a advertir de una mala interpretación de las declaraciones de Alí Jamenei haciendo un llamamiento a la sagacidad: todo adversario, toda persona que tiene una opinión diferente no es necesariamente un nofouzi.
Ahora bien, en la sociedad contemporánea, en Irán como en otros países, las elecciones pueden representar en menor medida el motor de la democracia y de la alternancia política que el instrumento de consolidación de una clase dominante establecida. En primer lugar, cuanto más centrales son las elecciones en el juego político –y, sin lugar a dudas, en Irán lo son desde las legislativas de 1996 y las presidenciales de 19918– más económicamente caras resultan. Esto hoy supone un obstáculo a que los recién llegados puedan entrar en la competición, ya que una de las consecuencias de la liberalización económica y la elusión de las sanciones internacionales ha sido revigorizar el poder del dinero, lo que encarece el coste de las campañas hasta niveles que rozan la extravagancia. En estos últimos años, se han documentado sonoros escándalos que han implicado a yuppies próximos a determinados medios políticos y a determinadas instituciones, y que ilustran, a cual mejor, la compenetración del poder y del dinero que, por otra parte, es característica del neoliberalismo al que se ha convertido en gran medida la República Islámica.
Por otra parte, la Constitución limita drásticamente la libertad de candidatura, por la que vela de manera vigilante y altanera el Consejo de los Guardianes de la Constitución. Si bien los requisitos no son tan estrictos en el nivel local, la participación en las legislativas, por no hablar ya de las presidenciales, está sometida al cumplimiento de criterios de cualificación, y de conformidad ideológica, y, por consiguiente, a los avatares de la lucha de facciones y a una buena dosis de arbitrariedad por parte del Consejo de los Guardianes de la Constitución. Los candidatos reformistas lo han acusado con frecuencia desde 2000. La República Islámica comporta por tanto una dimensión censataria, tanto en el plano financiero como en el plano ideológico.
Por último, al margen de las restricciones a las libertades públicas, las organizaciones o las fuerzas políticas son tributarias de un derecho preferente antes de la contienda electoral, como ocurre en las democracias liberales. Son efectivamente los juegos de los aparatos los que seleccionan a los candidatos entre los que deberán optar los electores, ya que las primarias, inexistentes en todo caso en Irán, no hacen más que desplazar el problema. En este sentido, las elecciones presidenciales de 2013 fueron “de manual”: en un primer momento, se proclamaron ocho candidatos que empezaron a hacer campaña en televisión: el telegénico filósofo Gholam-Ali Haddad Adel, Mohammad-Reza Aref, Seyyed Mohammad Gharazi, Mohammad-Bagher Ghalibaf, Said Jalili, Mohsen Rezai, Hassan Rouhani y Ali-Akbar Velayati. Este primer visionado les dio la posibilidad de convencer al electorado, pero también a los aparatos de los que emanaban. En el primer tramo de campaña, los dos candidatos mejor situados fueron el “Ahmadinejadista” Saíd Jalilí, ex-oficial de los Guardianes de la Revolución y héroe de la batalla de Jorramchar de 1983 Mohammad-Bagher Ghalibaf, y el reformista Mohammad-Reza Aref. Por aquél entonces, nadie apostaba electoralmente por Hassan Rouhani, que se atrincheró en un discurso muy jurídico, y algo condescendiente, y cuya condición de clérigo suponía una desventaja en un contexto en el que el país parecía más proclive a depositar la presidencia en manos de un seglar. Para sorpresa de todos, Mohammad-Reza Aref decidió retirarse súbitamente en beneficio de Hassan Rouhani, que inundó entonces las calles con el color morado de su campaña. ¿Qué había ocurrido? Con toda probabilidad, arbitrajes a alto nivel para evitar la victoria de un representante de las fuerzas armadas, la perseveración en la línea aventurada y populista de Mahmud Ahmadinejad y, sobre todo posiblemente, una segunda vuelta que habría generado una polarización de la opinión. El trauma de 2009 fue sin duda decisivo en ese caso. Pero parece que intervinieron dos factores más, que endosaron, por una parte, los servicios de seguridad y, por otra, los círculos del mundo de los negocios que se han enriquecido gracias a la liberalización económica y a la elusión de las sanciones. Por una parte, el programa nuclear no cumplía sus objetivos, y su coste real superaba de lejos sus hipotéticas ventajas. Se imponía un acuerdo con los occidentales, y Hassan Rouhani, antiguo negociador de Mohamad Jatamí, apreciado por sus interlocutores europeos y hombre de confianza de Ali Akbar Hachemí Rafsanjani, era el que estaba mejor situado para conseguirlo al menor coste. Por otra parte, la normalización de la relación económica con el resto de mundo era indispensable para el desarrollo del país, y el levantamiento de las sanciones ofrecía las mejores perspectivas a aquellos a los que estas habían enriquecido. El innegable entusiasmo popular que suscitó la victoria de Hassan Rouhani disimulaba tratos o cálculos menos gloriosos en el seno de la clase política que controla la República desde su fundación, sin olvidar algunas purgas sangrientas en detrimento de las diferentes fracciones de los revolucionarios de 1979.
En estos últimos años, se han documentado sonoros escándalos que han implicado a yuppies próximos a determinados medios políticos y a determinadas instituciones, y que ilustran, a cual mejor, la compenetración del poder y del dinero que, por otra parte, es característica del neoliberalismo al que se ha convertido en gran medida la República Islámica
En el fondo, lo que caracteriza a la República Islámica es efectivamente la capacidad de esa élite republicana para perpetuarse y monopolizar el poder, impidiendo el acceso de outsiders o, con mayor motivo, a los nostálgicos del antiguo régimen, preservando a toda costa en lo que se denomina impúdicamente el «honor del sistema» (âbrou-ye nezâm) mediante una sabia dosificación de compromiso y de represión9. El aplastamiento de la Revolución Verde, en 2009, en respuesta a su protesta ante los resultados de las elecciones presidenciales, fue un modelo en este sentido. Corrió la sangre, simbolizada por el martirio de Neda10, las detenciones y el maltrato fueron masivos, los líderes históricos de la izquierda islámica fueron condenados a arresto domiciliario e incomunicados (y siguen en la misma situación hoy), los reformistas jatamistas fueron hostigados o marginados (empezando por su mentor, el expresidente de la República Mohammad Jatamí). Pero el Guía de la Revolución acortó distancias rápidamente –a menos que fuera a la inversa– con Mahmud Ahmadinejad y volvió a convertirse en el punto de equilibrio de la República, enfrentando a las facciones o sensibilidades unas contra otras, mientras que Ali Akbar Hachemí Rafsanjani seguía siendo el epicentro de un régimen del que ha sido el alma desde la revolución, a pesar de los diferentes reveses electorales que ha sufrido a lo largo de su dilatada carrera. En 2013, el juego fue de nuevo bastante abierto, aunque controlado. Las elecciones deben permanecer «sin opción»11.
¿Cómo caracterizar entonces a esta República Islámica? Algunos la ven como un avatar religioso del totalitarismo. Si se define este último por el principio del Uno, según Claude Lefort, el contrasentido es evidente. A pesar, tal vez, de las intenciones de algunos de sus celosos partidarios en el momento del Terror Revolucionario (1980-1983), la República Iraní no se ha convertido en totalitaria precisamente porque apela al islam. Sin necesidad siquiera de hablar de su relación con la trascendencia, incompatible con la lógica totalitaria, este se basa en una pluralidad de «fuentes de imitación» y de instituciones tan rivales como piadosas, cuyo debate teológico y jurídico contradictorio constituye una de sus expresiones. Además, el islam valora a la familia y reconoce la propiedad privada, dos instituciones sociales que han contenido la totalización ideológica revolucionaria. Desde mediados de los años 1980, la derecha conservadora ganó esa doble batalla contra los ultras religiosos y los defensores de una línea socialista.
Por otra parte, un totalitarismo religioso habría supuesto una forma de teocracia, lo que sin duda no es la República Islámica. De hecho, la mayoría del clero la ha visto con malos ojos. Ya sea como reacción a su oposición, o para preservar su autonomía política y revolucionaria, el imán Jomeini optó por primar la razón de Estado sobre la razón religiosa, una prelación por la que vela el famoso Consejo del Discernimiento de la Razón de Estado cuyos designios preside Ali Akbar Hachemí Rafsanjani. La guerra con Irak, la política fiscal, la rehabilitación de la idea nacional o de la civilización preislámica, vilipendiada un tiempo, o, en un plano más prosaico, la prohibición de la sonorización de la llamada del muecín para respetar el sueño de los niños y de las personas mayores son algunos ejemplos, entre otros, de esta jerarquización de las prioridades. Además, la República extrae su legitimidad, simultáneamente, del islam y del sufragio universal, una ambivalencia de la que solo podría “escapar a su propia costa”, por retomar la célebre fórmula de Talleyrand.
A pesar de ello, el régimen no es democrático. La prensa y la cultura están censuradas, son numerosas las violaciones de los Derechos Humanos y la libertad de candidatura a las elecciones no está garantizada. La autonomía de lo social subsiste, se ha revitalizado incluso en relación con el antiguo régimen desde el final de la guerra contra Irak, pero con la condición expresa de no cuestionar la perpetuación de la clase política dominante y de no desembocar en una alternancia política que no sea una alternancia de facciones y endogámica. Se suele utilizar el concepto de autoritarismo para tipificar estas formas intermedias de dominación, a medio camino entre la democracia y el totalitarismo. El concepto no está fuera de lugar en el caso de la República Islámica, en particular porque esta comporta un verdadero pluralismo institucional buscado por el Constituyente en 1979 que instituye un sistema de checks and balances entre la presidencia de la República, el Parlamento, el Consejo de los Guardianes de la Constitución, la Asamblea de los Expertos, bajo el arbitraje del Guía de la Revolución y de diferentes altos consejos, incluidos el del Discernimiento y el de la Seguridad Nacional, en los que se sienta la élite republicana. Sin embargo, el término autoritarismo reviste un doble inconveniente. Por una parte, no existe en persa. Se habla más bien de despotismo (estebdâdi), por ejemplo, para rechazar el régimen del Shah, pero el tirano tiene un rostro. El sistema por cuyo honor vela la élite republicana no tiene rostro: Ali Jamenei es un primus inter pares al que sucederá otro primus inter pares, léase un colega del clero, y el carismático imán Jomeini, que ciertamente tenía rostro, no gobernaba en el sentido literal de la palabra, sino que arbitraba. Por otra parte, el concepto de régimen autoritario se centra únicamente en las instituciones y su periodización, sin comprender la continuidad de la «situación autoritaria» de la que habla Guy Hermet, a ambos lados de la cesura revolucionaria de 1979. Sin duda, la revolución abrió las puertas al ascenso social de pequeñas élites provinciales que se hicieron con el poder, instituyó un Estado del Bienestar cuyos «desheredados» no tienen motivo alguno para buscar su fin, creó, en particular gracias a la guerra contra Irak (1980-1988), oportunidades para una nueva categoría de hombres de negocios aventurados y dotados de buenas conexiones políticas, que son la comidilla a merced de sonados escándalos. Bernard Hourcade ha hablado con razón de los Rastignac12 de la República Islámica13. Sin embargo, las élites de la República, incluidos los clérigos, son en gran medida producto de la modernización autoritaria de los Pahlavi. El nuevo régimen también ha permitido a viejas élites intelectuales, agrarias o clericales, en particular kayares, o a notables rurales, reconvertirse, reproducirse y extender su influencia en la sociedad. Si el sulfuroso hombre de negocios Babak Zandjani, gran especialista en eludir sanciones ante el Eterno, o el expresidente Mahmud Ahmadinejad proceden de medios modestos, el imán Jomeini, Ali Akbar Hachemí Rafsanjani, Alí Jamenei o los hermanos Larijani son «de alta cuna». Existen por tanto sólidas líneas de continuidad del antiguo régimen a la revolución, tanto en el plano de la desigualdad social como en el de las políticas públicas. Y las analogías con la Revolución Francesa son tan evidentes que han llevado a Jean-François Bayart a retomar el concepto de situación autoritaria, que utilizaba Guy Hermet, para calificarla de «termidoriana», en referencia a ese proceso de profesionalización como clase política de una élite revolucionaria y a la acumulación primitiva de capital que le permite14.
El totalitarismo religioso habría supuesto una forma de teocracia, lo que sin duda no es la República Islámica. (…) [El] el imán Jomeini optó por primar la razón de Estado sobre la razón religiosa, una prelación por la que vela el famoso Consejo del Discernimiento de la Razón
Queda por ver quién es responsable de la reproducción de esta situación autoritaria y en lo sucesivo «termidoriana». La respuesta en Irán es evidente: el complot del imperialismo, entiéndase árabes tras los cuales se esconde Israel tras el cual se esconden los Estados Unidos tras los cuales se esconde… el Pir-e este’mâr (el antiguo colonizador), el Reino Unido, según un viejo chiste. Es cierto que hasta los paranoicos tienen enemigos: desde el siglo XIX, el país está en el punto de mira de elementos extranjeros que han anexionado una parte de su territorio, lo han ocupado en varias ocasiones y han derrocado a sus dirigentes. Todo el mundo recuerda el golpe de la CIA contra Mossadeq en 1953. Pero la denuncia de los nofouzi y de sus complots es también una forma de no abordar el problema de la responsabilidad de la sociedad iraní y de mantener un clima de sospecha generalizado que se traslada al orden privado de la familia, eminentemente conservador, y tiende a despolitizarlo con una gran cantidad de programas de televisión denominados de política de variedades. En cierto modo, la situación autoritaria en Irán se produce desde abajo, al consentir los dominados su propia dominación, como afirma Maurice Godelier, un consentimiento en el que entran en juego las diferentes ventajas sociales, económicas o lúdicas que dispensa el régimen. A su vez, muchos de los intelectuales, cuya nueva ingeniería es la «sociedad civil» a la que tanto apego tiene Mohamad Jatamí, alimentan esta situación por desconocimiento, o por desprecio, de la sociedad real y, en particular, de su religiosidad. Nada apunta a que la situación autoritaria llegue a un punto de ruptura, como lo anuncian regularmente las Casandras de la oposición y de la diáspora, y como han creído poder conseguir los occidentales utilizando el arma de las sanciones económicas. Es más probable que siga renovándose por medio de elecciones de hecho censitarias y de sus juegos de convicción, absorbiendo eventualmente a una parte de los iraníes del extranjero bajo la cobertura del nacionalismo. Una de las incógnitas es el papel que le corresponderá al medio de los hombres de negocios que se han enriquecido de manera fabulosa aprovechando los aires de liberalización, sus relaciones con el poder político y los servicios de seguridad, y la imposición de un cuasi-embargo al país: todo el peso de su fortuna se hará notar en la financiación de las campañas electorales, y tal vez en la selección de los candidatos.
- N. del E.: la versión original francesa del texto cita como ejemplo de programa similar On n’est pas couché, que conduce Laurent Ruqier en la cadena France 2, que en España, podría asimilarse a El Intermedio, de la Sexta, conducido por el Gran Wyoming, con menos espacio para la sátira y más para las entrevistas y el debate.
- O más bien, y como le gusta expresarlo a él, «abuelo del nieto (o nieta: naveh, el término persa no permite identificar si se trata de un niño o de una niña) del Guía de la Revolución».
- N. del E. : En febrero de 2015 la región occidental de Juzestán, fronteriza con Iraq, padeció un periodo de intensas tormentas de arena que superaron en más de 66 veces al nivel saludable de polvo en suspensión en el aire. Las autoridades instaron a los ciudadanos a permanecer en casa y escuelas e instancias oficiales quedaron cerradas.
- Sadegh Jarrazi es sobrino del exministro de Asuntos Exteriores y durante un tiempo fue presidente del IPIS (Institute for Political and International Studies) y posteriormente embajador en París, si bien hoy no ostenta un cargo oficial. Es también fundador de un grupo político de tendencia reformista, con la provocadora denominación de Neda, nombre de la joven asesinada durante la represión de la Revolución Verde en 2009.
- Una grabación en vídeo del momento se encuentra accesible en You Tube: https://www.youtube.com/watch?v=iXGqFsCOrXI
- N. del E.: Lucha libre tradicional persa.
- Ali Akbar Hachemí Rafsanjani había de hecho atajado cualquier proyecto de modificación de una Constitución que le prohibía aspirar a un tercer mandato en 1996. Como le dijo con bastante crudeza su hijo, Mohsen Hachemí, el día de su ingreso en prisión, «este es el precio de hacer posible su candidatura a la Asamblea de Expertos», una candidatura que, efectivamente, se había anunciado poco antes.
- Aunque para ser precisos, son importantes desde mucho antes, desde la victoria en las legislativas de 1991 de la derecha conservadora que bloqueó muchas de las reformas a las que aspiraba el presidente de la República Ali Akbar Hachemí Rafsanjani
- Jean-François Bayart habla de «equilibrio homeostático» (L’Islam républicain. Ankara, Téhéran, Dakar), Paris, Albin Michel, 2010, capítulo 4.
- N. del E.: El suceso al que se refiere la autora es la muerte de Neda Agha Soltan, joven que según algunas fuentes habría sido asesinada por las milicias Basij en el transcurso de las manifestacione en Teherán. Su muerte brutal fue filmada y colgada en Youtube, lo que la convirtió en emblema de las nuevas protestas. El hecho de que su nombre «Neda» siginifique «voz o llamada» en Farsí añadió potencia simbólica a las proclamas de los manifestantes.
- Guy Hermet, Richard Rose, Alain Rouquié (eds.), Elections without Choice, Londres, McMillan Press, 1978.
- N. del E. : Rastignac es un personaje creado por Honoré Balzac para su Comedia Humana y que encarna a un joven ambicioso que busca escalar socialmente con rapidez y a toda costa, un arribista.
- Bernard Hourcade, «La bourgeoisie iranienne ou le contrôle de l’appareil de spéculation», Revue Tiers monde, 13, 124, octubre-diciembre de 1990, pp. 878-898.
- Jean-François Bayart, L’Islam républicain, op. cit., capítulo 4.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bayart, J. F. L’Islam républicain: Ankara, Téhéran. Dakar: Ed. Albin Michel, 2010.
Hermet, G.; Rose, R. y Rouquié, A. (eds.). Elections without Choice. Londres : McMillan Press, 1978.
Hourcade, B. “La bourgeoisie iranienne ou le contrôle de l’appareil de spéculation“. Revue Tiers monde, vol. 13, n.º 124 (octubre-diciembre 1990), p. 878-898.