
Sashi Tharoor
Miembro del Parlamento de Thiruvananthapuram (Lok Sabha). Presidente de la Comisión Parlamentaria Permanente de Asuntos Exteriores
Desde luego, BRICS es demasiado grande para ignorarlo. No se trata solo de la suma de sus habitantes, que representan casi la mitad de la población mundial. Se trata, también, de sus economías, cuya producción total puede equiparse con la de Estados Unidos y se halla en condiciones de superar la de todo el G-7 antes de 2050. Con tal peso e influencia, los países BRICS han comenzado a debatir nuevos esfuerzos y posiciones comunes sobre cuestiones internacionales. Los BRICS emergen lentamente como foro alternativo a un mundo predominantemente protagonizado por las economías desarrolladas.
Las dimensiones crecientes de la iniciativa de los BRICS han cogido por sorpresa a muchos observadores. Aparte de las cumbres anuales, cuyas declaraciones conjuntas se pronuncian sobre todas las cuestiones globales de importancia, desde cuestiones de paz y seguridad a la reforma de la ONU, los BRICS han ampliado su radio de acción para abarcar reuniones de ministros de Asuntos Exteriores, un foro parlamentario, consultas de think tanks y un Nuevo Banco de Desarrollo (NDB, en inglés) con sede en Shanghái, presidido por un banquero indio de los más eminentes del sector privado.
Mientras países como China e India experimentan un auge económico y empiezan a ocupar su correspondiente lugar en los asuntos internacionales, mientras Brasil y Sudáfrica emergen como centros neurálgicos en sus propios continentes y Rusia, propulsada por sus recursos de petróleo y gas, se irrita por su estatus en los márgenes del sistema occidental, muchos empiezan a preguntarse si el sistema global creado en 1945 no necesitará ya una reforma.
Países como China e India no intentan alterar el orden mundial (a diferencia, por ejemplo, de Alemania y Japón hace un siglo). Aspiran, sobre todo, a ocupar un lugar honroso en la mesa de las grandes potencias. Pero si no logran acceder a ello, dirán: “Muy bien, pues hacedlo a vuestra manera. Si no nos ofrecéis un terreno de juego en igualdad de condiciones, crearemos el nuestro y jugaremos en él, en lugar de hacerlo en el vuestro”, tal es el mensaje del NDB.
Sin embargo, resulta ya evidente que los cinco países no observan todas las cuestiones internacionales desde la misma perspectiva. China y Rusia recelan de las ideas más liberales, se muestran cautelosos sobre las tecnologías de la información y no son favorables a la expresión de la discrepancia democrática; India, Brasil y Sudáfrica son democracias dinámicas. Resulta improbable, por ejemplo, que los cinco países coincidan en asuntos propios de la gobernanza interna. China y Rusia desean legitimar un mayor control gubernamental sobre internet; India es un enérgico defensor de la participación de múltiples interlocutores.
En cuestiones de desarrollo, Rusia es la excepción, mientras que China ha eliminado ampliamente la pobreza a gran escala. Los otros tres luchan sobre cuestiones vitales de supervivencia en gran parte de sus poblaciones. Entonces, ¿pueden adoptar una perspectiva común sobre macroeconomía global, ayuda al desarrollo y transferencia de recursos internacionales?
El comercio divide al grupo; un estudio reciente realizado por el grupo de reflexión Global Trade Alert señala el impacto negativo de políticas comerciales recíprocas de miembros individuales de los BRICS. Los lazos comerciales entre ellos siguen presentando falta de armonía y distorsiones comerciales discriminatorias.
La geopolítica global, asimismo, divide al grupo. India y China discrepan sobre el papel de Pakistán en el fomento del terrorismo. Y China defiende una postura en el terreno del ciberterrorismo opuesta a la de Brasil e India.
En lo que los BRICS comparten la misma postura es en su exclusión de los ámbitos de que creen merecer formar parte del actual orden mundial. Es posible que tal circunstancia no sea suficiente como base de una alternativa digna de crédito, pero sus economías muestran un rendimiento capaz de sobrepasar el del G7 antes de 2050. Manténgaseles fuera y crearán su propio sistema. Lo que esto podría significar para el orden mundial creado en 1945 no lo sabe nadie.
Las desigualdades controlan la esencia de la conflictividad mundial y son fuente de de violencia internacional
Por último, la agenda internacional ha sufrido un cambio radical: antaño constituida por factores esencialmente geopolíticos y geoestratégicos, ahora está dominada, sin que seamos siempre conscientes de ello, por cuestiones en el ámbito social. No resulta sorprendente: si antes se limitaba solo a los estados con una potencia comparable, una cultura cercana y un nivel de desarrollo similar, el sistema internacional mundializado está hoy intensamente marcado por contrastes socioeconómicos profundos y dramáticos, hasta el punto de constituir el fundamento de fuertes oposiciones. Dicho de otro modo, las desigualdades sociales y económicas controlan actualmente la esencia de la con ictividad mundial y son fuente de formas inéditas de violencia internacional.
No ver esas mutaciones es eminentemente peligroso. Responder a los nuevos desafíos intersociales recurriendo a las viejas recetas internacionales condena la acción a la ineficacia y al fracaso. Construir o reconstruir el análisis de las relaciones internacionales en función de viejas claves nos condena a una interpretación errónea de lo que ocurre en el mundo. Se trata de una renovación de las prácticas: relaciones transnacionales, pero también nuevas rutas sociales de la diplomacia de estado, tratamiento de nuevos elementos en juego a través, en particular, de la promoción de la seguridad humana. Se trata también de la renovación de los análisis, de la consideración de una nueva con ictividad con raíces sociales, efectos destructores y anómicos del sufrimiento o de la miseria.
Los actuales elementos de ruptura son profundos, y están íntimamente vinculados a la globalización; estos generan construcciones tan inéditas que requieren probablemente un cambio de vocablo: abandonamos la orilla de lo internacional para dirigirnos a la de lo intersocial. La globalización, en su actual presentación, se basa en gran parte en una revolución profunda de las tecnologías de comunicación que, por primera vez, han vencido realmente a la distancia, han tras- tocado los territorios, han desvitalizado las fronteras que son incapaces de detener el paso de las ondas, de ideas y de información, particularmente a través de internet. Los gobernantes han perdido así sus privilegios, el ascendente internacional que los distinguía de los gobernados: los ujos intersociales se han convertido en banales relaciones transnacionales.
Los actores internacionales se encuentran así transformados en su identidad. Ya no se limitan únicamente a los estados: en lugar de los 194 estados soberanos internacionalmente reconocidos, el escenario internacional está ahora animado potencialmente por siete mil millones de personas, aisladas, agrupadas u organizadas. Cualquier acción individual se ins- cribe ahora en mayor o menor medida en un marco mundial. Toda organización estructurada (empresa económica, medio de comunicación, asociación sin ánimo de lucro, en particular las ONG) se mueve en un entorno más o menos globalizado en el que tiene potencialmente cada vez más influencia.