Lorenzo Fioramonti
Catedrático de Economía Política de la Universidad de Pretoria (Sudáfrica) y director fundador de Govinn
En la gobernanza global, poder y estatus se hallan íntimamente relacionados con el tamaño de la economía de un país. Las categorías “superpoder”, “poder medio”, “poder emergente” o “mundo desarrollado/en desarrollo” son todas ellas determinadas por el PIB. E igualmente lo son los clubs más poderosos, del G-7 y G-20 a la OECD o los BRICS (Brasil, Rusia, india, China y Sudáfrica).
Sin embargo, en los últimos años se ha planteado un creciente debate sobre la idoneidad del PIB como medida del rendimiento económico; no digamos ya del bienestar humano. El gobierno francés creó una comisión de alto nivel en 2008, cuando tanto la OECD como la UE lanzaron sus respectivas campañas “Más allá del PIB”. Los gobiernos del Reino Unido y Estados Unidos siguieron los mismos pasos con nuevos estudios sobre los factores del bienestar. En 2012, Río+20 se centró en nuevas medidas y objetivos, sentando las bases para la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Incluso en los países emergentes, la influencia y el papel del PIB se han visto afectados en mayor o menor medida. Por ejemplo, el presidente chino Xi Jinping anunció en 2013 que el PIB dejará de ser considerado un parámetro de éxito en China, acabando con la tradición en el seno del Partido Comunista de recompensar a los funcionarios que aumentaban al máximo el crecimiento del PIB en sus localidades o áreas respectivas. Un año después más de 70 ciudades chinas abandonaron el PIB como instrumento de política económica. Como reconoció el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, “el PIB falla al dejar de tomar en cuenta los costes sociales y medioambientales del llamado ‘progreso’… […] Necesitamos un nuevo paradigma económico que reconozca la paridad entre los tres pilares del desarrollo sostenible. El bienestar social, económico y medioambiental son indivisibles”.
Sin embargo, si los países van más allá del PIB, ¿De qué forma se verán afectadas las relaciones internacionales por este cambio?
De entrada, las potencias convencionales, tanto en el Oeste como en el Este, se clasificarían por debajo de los países que han mostrado un rendimiento más eficiente para impulsar economías equitativas y sostenibles. Los únicos miembros actuales del G-7 que sobrevivirían al cambio citado serían Alemania (con un nivel relativamente alto de bienestar) y Canadá (grado satisfactorio de prosperidad). Por el contrario, las principales economías en términos del PIB desaparecerían de los actuales ámbitos de poder. De hecho, Estados Unidos se sitúa en el puesto undécimo de la lista en términos de prosperidad, debido sobre todo a su deficiente trayectoria en los niveles de seguridad y estabilidad, en el puesto trigésimo sexto en cuanto a bienestar, y en los últimos puestos en desarrollo sostenible debido a su gran impacto medioambiental. China es el quincuagésimo primero país en términos de prosperidad general, debido sobre todo a cuestiones relativas a la gobernanza y a su deficiente historial democrático, y el octogésimo quinto en cuanto a nivel de bienestar; también ocupa los últimos puestos de la lista en comportamiento medioambiental (el puesto 118).
Los países considerados como nuevos líderes globales serían países capaces de combinar el progreso económico con el bienestar humano y ecológico. Hallamos entre ellos Nueva Zelanda, Austria, Singapur y Costa Rica, seguidos de Ecuador, Colombia, Suiza, Islandia, Turquía y Australia.
En el plano regional, América del Sur alcanzaría la cima, junto con Europa y el Pacífico Sur. El infame (por su significado literal en inglés) acrónimo PIGS, que se refiere a las supuestas economías deficientes de Portugal, Irlanda, Grecia y España, debería asimismo ser replanteado, pues estos países son mucho más prósperos cuando consideramos la escala de sus economías informales y formas de intercambio no relativas al mercado.
¿Sería el cambio climático una prioridad mayor si el G-20 incluyera a los países más sostenibles en lugar de los más contaminantes? ¿Sería la gobernanza global más responsable si la encabezaran países que promueven el bienestar en lugar de la extracción de recursos? ¿Sería un sistema de regiones interconectadas en el cual las economías se integrasen mediante el concurso de redes transfronterizas de cooperación más adecuado para alcanzar un desarrollo y prosperidad sostenibles que la forma actual de globalización?
Un mundo post-PIB es solo una posibilidad. Pero debido a la convergencia de las crisis económicas, sociales y medioambientales parece que hacer las cosas como de costumbre no representa una alternativa. Abandonar el factor PIB para promover una nueva idea de progreso puede perfectamente ser el primer paso hacia un mundo mejor para todos en el siglo XXI.