Carlos Bajo
Periodista e investigador social especializado en ciberactivismo y movimientos sociales en África
Dos fuerzas divergentes dejaron su impronta en el año 2017 en el universo digital del África al sur del Sáhara. Por un lado, la conquista de las redes por parte de colectivos que las utilizan para reivindicar la construcción de una sociedad basada en una democracia real, participativa y con la ciudadanía como protagonista. Por otro, la obsesión por el control, la vocación de censurar y el recurso al apagón cuando las redes puedan transportar mensajes que dinamiten el artificial prestigio internacional. En 2017 han terminado de caer los velos que sugerían la realidad hasta entonces poco conocida del panorama digital africano: la de los ciudadanos que recurren a las herramientas digitales para proponer un futuro de cambio político y social, y la de los censores que aceptan Internet para los negocios y el entretenimiento hipnótico, pero no tragan con el Internet activista.
El año se inició mirando a Gambia y a Camerún, dos paradigmas de esas fuerzas contradictorias. Los gambianos estrenaban 2017 con la incertidumbre de si Yahya Jammeh abandonaría el sillón presidencial después de más de dos décadas. Finalmente, el dictador se retiró con condiciones ventajosas. Ahora bien, no se puede atribuir ese logro a la movilización digital (#GambiaHasDecided), sino más bien a la diplomacia y a la amenaza de una intervención militar internacional. Pero no cabe duda que en los últimos años de los 23 años del autoritarismo de Yahya el espacio digital fue uno de los últimos reductos de los activistas y los disidentes gambianos (#JammehFacts).
Camerún nos ha traído una nueva realidad, la de los refugiados digitales
En Camerún, sin embargo, el año se recibía con el recrudecimiento de una crisis territorial que aún hoy está lejos de resolverse. Amplios colectivos en las dos regiones anglófonas del país volvieron a exhibir en la calle, como hicieron en los últimos compases de 2016, su lista de agravios y su sensación de discriminación respecto a la mayoría francófona. En principio, las redes sociales, acompañaron y amplificaron estas demandas. Cuando la represión violenta trató de frenar las protestas, las redes difundían imágenes de agresiones y de actuaciones policiales desmedidas (#AnglophoneProblem). Hasta que, en enero, Internet se apagó en las dos regiones agraviadas. Las autoridades creyeron que silenciaban así a los disidentes y lo que consiguieron, en realidad, fue poner el foco sobre ellos. Los cameruneses, en todo el país, que no se sentían interpelados por lo que se consideraba el problema anglófono, se movilizaron entonces ante una violación de la libertad de expresión inaceptable (BringBackOurInternet), y ante unas autoridades que pretendían no tener testigos, tal vez para aplastar sin miramientos una reivindicación legítima. Camerún nos ha traído además, durante esos tres meses de apagón de la red, una nueva realidad, la de los refugiados digitales, que tuvieron que salir de la zona silenciada porque necesitan Internet para trabajar y sobrevivir.
Entre tanto hemos vivido la primera celebración del Día de África con un carácter continental y social gracias a las redes (#AfricansRising), y numerosas campañas cívicas con sabor digital, como la de los guineanos que denunciaban la suciedad de Conakry (#SelfieDechets) o las voces alzadas en todo el continente contra un discurso del presidente francés Emmanuel Macron, que apuntó que los males de África radicaban en su elevada natalidad. Y evidentemente otras con un alto contenido político, como la insistente lucha contra la desmemoria de Kabila ante su obligación de convocar elecciones en la República Democrática del Congo (#DeboutCongolais), o la reclamación de la libertad de Stella Nyanzi, detenida en Uganda por sus críticas al presidente a través de Facebook (#FreeStellaNyanzi).
Y siguiendo el esquema de las dos dinámicas opuestas, despedimos el año por un lado con las calles de Togo hirviendo desde el mes de agosto ante un presidente cuya familia lleva medio siglo en el poder (#TogoDebout) y sobreponiéndose a un apagón digital cuando se recrudecieron las protestas. Y, por otro lado, con una aportación más hacia la esperanza, llegada desde Mauritania, donde el bloguero Mohamed Mkhaïtir ha sido liberado, después de que se conmutase la pena de muerte a la que había sido condenado por una publicación en su Facebook.