Carme Colomina
Investigadora asociada, CIDOB
Europa se acerca a un abismo. Incapaz de cerrar fracturas internas antes de abordar nuevas emergencias que amenazan la supervivencia del proyecto europeo tal y como lo hemos conocido, la UE ha acabado inmersa en una cuádruple crisis –eurozona, Brexit, seguridad y terrorismo. y crisis migratoria–. Un escenario de revisión y cuestionamiento de algunos pilares hasta hoy troncales de la Unión, desde el concepto mismo de solidaridad hasta la libre circulación de personas. Pero ninguna de estas crisis había coincidido con una ausencia tan alarmante de liderazgo europeo.
Los equilibrios de poder en Bruselas están en transición y la canciller alemana, Angela Merkel, ha perdido el liderazgo indiscutible que la había erigido en el poder hegemónico de la Unión Europea. Incluso en los peores momentos de la crisis económica y financiera, mientras la eurozona se partía en dos mitades desiguales de países deudores y acreedores, Merkel siempre contó con un grupo reducido de gobiernos que asumían y defendían sus políticas de austeridad, algunos incluso con más vehemencia que la propia canciller. Sin embargo, la decisión de Berlín de abrir las puertas a la llegada de refugiados de la guerra de Siria, esperando que la mayoría de socios europeos actuarían en consecuencia y se solidarizarían con el gesto alemán, ha acabado aislando a Merkel, debilitándola en casa y en la Unión.
La política europea vive hoy atrapada en una superposición de agendas particulares, intereses nacionales y presiones de los sondeos públicos de corto plazo
La política europea vive hoy atrapada en una superposición de agendas particulares, intereses nacionales y presiones de sondeos públicos de corto plazo. No solo los estados miembros, también las instituciones comunitarias han exhibido estrategias y discursos contradictorios durante la crisis migratoria. La Comisión de Jean-Claude Juncker defendió con más empeño que posibilidades su plan de cuotas para la distribución de miles de refugiados entre los 28 socios comunitarios, mientras que Donald Tusk, como presidente del Consejo de la UE, insistió en el discurso de sellar al máximo las fronteras externas de la Unión. La crisis migratoria se convirtió en el más evidente de los atropellos políticos sufridos por Tusk durante su primer año de aprendizaje en el cargo ante un viejo conocedor de los entresijos del poder comunitario como es Juncker. Aunque los dos por igual han tenido que lidiar con una UE polarizada en plena crisis humanitaria y alérgica al consenso.
No ha habido respuesta europea. Angela Merkel, líder dominante pero reticente, es hoy una figura cuestionada por sus aliados y abandonada por aquellos de quien esperaba complicidad. Solo el escudo de la gran coalición que gobierna Alemania y rige la confluencia de intereses políticos entre la Comisión y el Parlamento Europeo ha permitido atenuar los efectos de este asedio político. La fragilidad de Merkel es también la fragilidad de una Europa sin líderes, más enfrascada en la deconstrucción del proyecto que en la superación conjunta de la multiplicidad de desafíos y crisis que la atenazan.