
Shada Islam
Directora de “Europe & Geopolitics” en Friends of Europe

Amanda Rohde
Directora de programas en Friends of Europe
El liderazgo feminista no tiene nada que ver con el número de mujeres que ocupan altos cargos; tampoco con los símbolos y el simbolismo. Tiene que ver con la calidad de las mujeres en puestos de liderazgo, con el poder que ejercen y con la forma en que lo ejercen. Tiene que ver con las políticas que las líderes están dispuestas a –y son capaces de– implementar; con su forma de ver el mundo; con su capacidad de hacer las cosas de un modo diferente y de saber aprovechar las oportunidades y enfrentarse a los retos.
Las mujeres líderes no son creíbles cuando se centran exclusivamente en la igualdad de género. Su impacto y su relevancia son mayores cuando adoptan e implementan acciones y políticas de tipo inclusivo, abierto y no discriminatorio. Son importantes cuando su campo de acción abarca no solo a las mujeres, sino cuando trabajan por la diversidad, cualquier tipo de diversidad.
La consecución de la paridad es vista a menudo como el último peldaño en la lucha por la igualdad de género. Pero el hecho de que más mujeres ocupen posiciones de liderazgo –ya sean decisoras políticas o líderes de opinión– tiene poco valor si estas mujeres se comportan de un modo y formulan políticas que no son diferentes de las propiciadas por los hombres.
No es fácil ser diferente, seguir un camino distinto. Requiere coraje y piel dura. Los sistemas y estructuras actuales se construyeron en una época en la que los hombres ejercían la mayor parte de los roles de liderazgo. De las mujeres se espera que cumplan las normas, que mantengan el rumbo y que no hagan zozobrar el barco.
Existe recelo público hacia las mujeres líderes que se atreven a ser diferentes, a ejercer el poder de otra forma y a introducir nuevas formas de pensar la política y la gobernanza. Se espera de las mujeres que se comporten como los hombres para conseguir y ejercer posiciones de poder. Esto es debido a que la definición del poder predominante se basa en las características de los hombres, que han estado mucho tiempo al mando. Pero nuestras sociedades están en rápida transformación, y la vieja manera de hacer las cosas y de liderar ya no resulta válida, apropiada ni convincente. Las viejas definiciones del poder son exactamente eso: inapropiadas y anticuadas.
La creencia en la solidaridad por medio de la empatía y de una lucha común es el feminismo definitivo
En este sentido, es vital garantizar que los criterios de contratación vayan más allá de las formas tradicionales de medir la aptitud y busquen, en cambio, líderes con talento que personifiquen la excelencia, que tengan confianza en sí mismas y que sean audaces, empáticas y humildes. Es sencillo: equipos diversos hacen las cosas –las políticas– de manera diferente. Es por eso que el debate tiene que ir más allá de la simple igualdad de género y abarcar la inclusión en un sentido amplio: inclusión de las personas de diferentes entornos socioeconómicos, religiosos y étnicos. Esto implica adoptar un enfoque interseccional que tenga en cuenta la multiplicidad de las diferencias. La experiencia de una no es la experiencia de todas.
La diversidad es esencial. No solo introduce un pensamiento nuevo y creativo, sino que también garantiza la participación de personas que tienen en cuenta las necesidades de quienes de otro modo podrían ser olvidados. Así, si bien el hecho de poner el foco en la igualdad de género es importante, no es suficiente. Es el momento de adoptar un enfoque inclusivo, que reconozca las luchas individuales de las personas, tanto si se enfrentan a la discriminación de género como si se enfrentan a la homofobia o la transfobia, la islamofobia o el antisemitismo. Este tendría que ser el nuevo enfoque a una representación más igualitaria, porque no hay igualdad real si un determinado grupo se queda rezagado. Como dice la frase latina, e pluribus unum (“de muchos, uno”; unidos en la diversidad). Hay quien dice que esta línea de pensamiento constituye una forma de feminismo nueva, actualizada e inclusiva. ¿Y por qué no?
La creencia en la solidaridad por medio de la empatía y de una lucha común es el feminismo definitivo. Incluir no solo a las mujeres en el viaje hacia la igualdad, sino también abarcar la diversidad en todo su esplendor es una forma nueva e inclusiva de feminismo. Puede que este “inclusivismo” sea el siguiente paso en la batalla por la igualdad, dado que se basa en la lucha feminista, aunque también la trasciende.