BERT HOFFMANN,
Investigador sénior en el German Institute of Global and Area Studies (GIGA) y profesor de ciencia política en la Freie Universität, Berlín*
* El autor ha publicado extensamente sobre la transformación política, económica y social en Cuba desde la década de 1990. El GIGA y la Universidad de La Habana son los socios clave del CIDOB en el Foro Europa Cuba / Jean Monnet Network.
A primera vista, es una cuestión de continuidad. En el 60 aniversario de la Revolución cubana, el referéndum propuesto por el gobierno sobre la reforma de la constitución de Cuba el 24 de febrero de 2019 consiguió nada menos que un 87% de votos afirmativos. Dos años después de la muerte de Fidel Castro, la constitución no solo continúa permitiendo un solo partido, sino que también sostiene que el país se guíe por las ideas de “Marx, Engels y Lenin”. En el mismo momento en que la “generación histórica” entrega los puestos de mando del Estado a unos líderes más jóvenes, la constitución consagra el compromiso de Cuba con el “internacionalismo proletario” y expresa su convicción de que “solo en el socialismo y el comunismo el ser humano alcanza su dignidad plena” (Constitución de la República de Cuba 2019). El presidente Miguel Díaz-Canel, un año después de tomar el control de manos de Raúl Castro, lideró la campaña pública a favor del “sí” en el referéndum con el hashtag de twitter “#somoscontinuidad”. Así pues, ¿nada nuevo bajo el sol del Caribe?.
No exactamente. Un despliegue público tan exagerado de “continuismo” no sería necesario si los dirigentes no tuviesen dudas al respecto. Ha habido tantos cambios en la sociedad de la isla, así como en el mundo que rodea a Cuba, que en la era post-Castro “continuidad” no puede traducirse simplemente como “seguir haciendo lo de siempre”.
Este artículo esbozará los cambios y los retos a los que se enfrenta Cuba. Argumenta que si bien el gobierno de Díaz-Canel ha sido tímido en las reformas políticas concretas, trata de establecer un estilo diferente de gobernanza en el socialismo cubano. Aunque a un ritmo lento, podría estar evolucionando una nueva cultura social y política. Sin embargo, la combinación de la crisis en Venezuela con el endurecimiento de las sanciones estadounidenses amenaza con llevarse por delante el fundamento económico sobre el que descansa el enfoque gradualista de Díaz-Canel. Antes bien, el gobierno cubano podría tener que hacer frente a una incómoda alternativa: o bien regresar a “una economía de guerra en tiempos de paz”, como en la década de 1990, o bien acelerar el ritmo de la reforma para recuperar el impulso económico y así generar apoyo social.
Dos generaciones de cubanos han crecido en la profunda y prolongada crisis económica existente desde el colapso de sus aliados de ultramar
Cambio de liderazgo y cohesión de la élite
En abril de 2018 la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba eligió a Miguel Díaz-Canel como el primer presidente cubano después del largo mandato de los hermanos Castro. Cuando Fidel tuvo que someterse a una operación quirúrgica de emergencia el año 2006 pasó el testigo a su hermano Raúl, que durante décadas había sido su más leal delegado en las más altas funciones de la trinidad del poder en Cuba: el Estado, el Partido Comunista y las Fuerzas Armadas.
En los regímenes no democráticos, un cambio de liderazgo puede ser una cuestión muy divisiva.Aún más allí donde el liderazgo ha sido durante muchos años muy personalista. En este sentido, desde el punto de vista del régimen, la fluidez con que se produjo la sucesión de Fidel a Raúl1 fue un éxito. Pero el problema de la sucesión de Raúl parecía más difícil de resolver, pues en este caso no había un “Raúl”, es decir, no había ningún lugarteniente o heredero. Además, en este caso, la sucesión implicaba un cambio generacional.
Raúl Castro, consciente de estos retos, tuvo mucho cuidado en construir de manera sistemática a un sucesor. Y la elección que hizo es reveladora. Miguel Díaz-Canel nació en 1960, un año después del triunfo de la Revolución. Con un título de ingeniero electrónico, sirvió tres años en las fuerzas armadas antes de emprender una discreta y protocolaria carrera ascendiendo poco a poco en el escalafón del aparato del Partido y del Estado: misión internacionalista en Nicaragua, secretario provincial de la organización de la Juventud Comunista, miembro del Comité Central del Partido Comunista, primer secretario en la provincia de Villa Clara y luego en Holguín. El año 2003 se convirtió en el miembro más joven de la historia del Partido; seis años más tarde, fue ministro de Educación Superior. Finalmente, en el 2013 Raúl Castro le nombró vicepresidente, señalándole claramente como su sucesor. Cuando en 2018 terminó el segundo período en la presidencia de Raúl Castro, que a los 86 años decidió abandonar el primer plano de la política cubana, el guion estaba ya bien preparado.
Para entender bien lo que representa Díaz-Canel, conviene subrayar lo que es. No es un general del ejército. En su currículo no consta ningún momento heroico y más bien se consigna un cumplimiento del deber discretamente silencioso. No es un gran orador ni un líder carismático. No es un “hijo de papá”, es decir, el hijo de alguien importante en la élite revolucionaria: sus padres eran personas corrientes, una maestra de escuela y un obrero de fábrica. No dispone de una base de poder propia. No es de La Habana, sino más bien tiene sus raíces en las provincias del interior. Algunos han subestimado a Díaz-Canel considerándolo como un oscuro y anónimo burócrata. Pero este es precisamente el mensaje que la elección de Díaz-Canel como sucesor al más alto cargo del Estado quiere enviar a las bases del partido: la Revolución, incluso a los 60 años, no es un coto privado ni una élite enquistada, ni un asunto familiar. La movilidad ascendente es posible; se consigue por medio de la disciplina, el compromiso y el trabajo. Precisamente por carecer de cualquier elemento espectacular, la carrera de Díaz-Canel es el modelo a seguir. Otros nombramientos posteriores han seguido este mismo patrón.
Si la literatura académica sobre las transiciones democráticas en América Latina ha establecido que “no hay transición sin una división interna en el régimen autoritario”2, el gobierno cubano comparte –aunque lo hace, naturalmente, desde la perspectiva opuesta– el argumento según el cual la cohesión de la élite es el factor individual más importante para la supervivencia del régimen. El diseño cuidadosamente elaborado de la sucesión post-Raúl garantizaba a los dirigentes cubanos un aterrizaje suave en la era post-Castro.
El final del mandato de Raúl Castro como jefe de Estado de Cuba no produjo fricciones visibles en el aparato del partido, y el voto a favor del heredero elegido a dedo por el propio Raúl fue unánime. Pero el traspaso del poder se produce gradualmente, ya que Raúl sigue siendo el primer secretario del Partido Comunista. En la práctica, sin embargo, parece estar al menos medio retirado, y pasa más tiempo en su residencia de Santiago de Cuba, en el este de la isla, que en La Habana. Cuando su esposa Vilma murió hace unos años ya hizo grabar su nombre en la lápida que piensa compartir con ella. Si bien todavía desempeña una función importante como legitimador del mandato de Díaz-Canel, y en ocasiones puede ser un actor con derecho a veto, en la práctica Raúl Castro parece estar lejos de ser el “poder en la sombra” que teóricamente podría ser.
Así pues, el cambio que se ha producido en el modo de gobernanza del país es significativo. Después de muchas décadas de un solo líder en la cima, Cuba tiene ahora una versión del modelo de “controles y contrapesos” en sus supremas instituciones. Si ya Raúl Castro no era el “Comandante en Jefe” de la misma forma que lo había sido su hermano Fidel, Díaz-Canel es todavía menos un “líder máximo” todopoderoso; es más bien el principal gestor administrativo encargado de equilibrar fuerzas e intereses.
Matt Kieffer. Personas usando el punto de acceso inalámbrico a Internet en la plaza, La Habana, Cuba. (FLICKR).
Nuevas y viejas desigualdades
El tiempo se ha cobrado un peaje, no solo respecto a los líderes históricos de la Revolución, sino también respecto a la sociedad en su conjunto. Todos los cubanos que hoy están en la treintena y los aún más jóvenes no han conocido los “buenos viejos tiempos” en los que la Unión Soviética subvencionaba la construcción de un impresionante sistema social en lo que entonces se llamaba el “Tercer Mundo”. No una, sino dos generaciones de cubanos han crecido en la profunda y prolongada crisis económica existente desde el colapso de sus aliados de ultramar.
Durante todos estos años, la emigración ha sido alta. Sobre una población de once millones de habitantes, entre 1990 y 2016 más de 740.000 cubanos fueron admitidos en Estados Unidos, sin contar los que emigraron a otros países3. Este continuo flujo de emigrantes añadió nuevas cohortes a la diáspora ya considerable de la isla, y fue una auténtica sangría de la población de la isla en edad de trabajar, especialmente de sus sectores con un mayor nivel educativo y mejor preparados profesionalmente.
En consecuencia, amplios sectores de la sociedad cubana tienen hoy vínculos estrechos con miembros de su familia emigrados. Las remesas de dinero de los emigrantes, estimadas en unos 3.500 millones de dólares anuales4 se han convertido en una de las principales fuentes de divisas de la isla, junto con el turismo y la exportación de servicios médicos. Sin embargo, dado que la comunidad emigrada es mayoritariamente “blanca” –el 85% de cubano-americanos que hay en Estados Unidos, según la Oficina del Censo estadounidense5– este dinero procedente del extranjero dista mucho de distribuirse equitativamente en la isla. Este es también el caso de la gran entrada de remesas en especies, desde ropa hasta teléfonos móviles o refrigeradores. De este modo el sector privado emergente no empieza la carrera en igualdad de condiciones. La mayor parte de las empresas más rentables, como el alquiler de viviendas o los restaurantes, se basan en la aportación de capital inicial por parte de familiares en el extranjero.
Después de 1959, la población afrodescendiente se benefició mucho del impulso igualitario de la Revolución. No solo se prohibió formalmente cualquier tipo de discriminación, sino que la economía estatal fue la gran palanca impulsora de la movilidad social ascendente. Actualmente se han invertido las tornas. La expresión cotidiana más espectacular de la crisis estructural de la economía cubana ha sido el casi colapso de los salarios. Hoy el salario mensual medio en el sector estatal es de 767 pesos cubanos6, que es equivalente a tan solo 30 dólares de EEUU. Es en este contexto en el que las remesas enviadas por los familiares de los cubanos en el extranjero o los ingresos más elevados en el sector privado resultan tan disgregadoras en una sociedad oficialmente comprometida con el ideal de la igualdad social.
A consecuencia de ello está emergiendo una nueva estratificación de la sociedad cubana que reproduce en muchos sentidos viejas jerarquías sociales y raciales7. Naturalmente, todavía existen elementos que favorecen la cohesión social, como la cobertura universal de la educación y las estructuras sanitarias, la no segregación de las zonas residenciales, o políticas sociales como la cartilla de racionamiento. Pero la tendencia es estructural y profundamente preocupante.
Conectados: la expansión del paisaje digital
Durante estos últimos años, los medios de comunicación digitales han transformado el paisaje urbano de Cuba. A cualquier hora del día multitudes de cubanos acuden a las plazas y parques en los que la empresa estatal ETECSA, que tiene el monopolio de las telecomunicaciones, ha instalado zonas wifi. Este proceso se inició el año 2014, y en diciembre de 2018 ha llegado a un total de 830 zonas en los principales pueblos y ciudades de la isla. Más importante que el hecho de insuflar nueva vida a los espacios urbanos públicos, las zonas wifi han representado un gran salto en la conexión de los cubanos con el mundo de los medios de comunicación digitales. A comienzos de 2019, en una de las pocas iniciativas de reforma visibles del primer año en el cargo de Díaz-Canel, también se introdujo el acceso a internet mediante la telefonía móvil 3G.
Los costes son elevados, y la rapidez, la cobertura y la fiabilidad dejan mucho que desear. Pero los precios sí han bajado, desde 4,50 CUC (pesos cubanos convertibles) por hora de acceso wifi en 2015, a 1 CUC por hora. Una de las formas más populares de “remesas en especie” que tienen los emigrados cubanos para ayudar a sus familiares en la isla es hacerse cargo de recargar sus teléfonos móviles y de pagar sus cuentas de acceso a internet. Más del 40% de los 11,2 millones de residentes en la isla tienen un contrato de telefonía móvil. El hardware utilizado por los cubanos lo obtienen a través del pequeño comercio informal o gracias a los cubano-americanos que les suministran teléfonos de segunda mano, y no tanto comprándolos como productos salidos de fábrica en las tiendas estatales de Cuba.
Aunque Cuba es un recién llegado al mundo de internet, los medios de comunicación digitales se han ido convirtiendo cada vez más en una parte de la vida cotidiana de la isla. Los cubanos, además, son inventivos. La mayor parte de los contenidos de los medios de comunicación normalmente consumidos por internet, se distribuye mediante una solución alternativa informal, el llamado “paquete semanal”. Por una tarifa de 1 CUC, en lo que se ha dado en llamar el “internet”, los suscriptores cubanos reciben un disco duro regularmente actualizado con hasta un terabyte de contenido con noticias nacionales e internacionales, entretenimiento, pirata, apps locales o Revolico, el popular bazar de Internet cubano en el que se compra y se vende casi todo. Con su amplísima oferta de las últimas películas y series de Netflix, las baladas de la música popular coreana, los vídeos musicales de cosecha propia y los acontecimientos deportivos internacionales, el paquete está desplazando rápidamente a la programación de la televisión cubana como principal fuente de entretenimiento entre la población joven y urbana.
La elaboración del “paquete semanal” se ha convertido en una industria que involucra a miles de cubanos en las diversas fases de su producción. Los líderes políticos despotrican constantemente del paquete semanal porque consideran que no está a la altura de los más elevados valores culturales, pero en la práctica el paquete está siendo tolerado. De todos modos, el Estado lo monitorea y resulta efectivo en la medida en que garantiza que los productores del paquete se autocensuren. Estos saben que no solo la pornografía, sino también cualquier tipo de material antigubernamental está prohibido, y que el aparato de seguridad les cerraría el negocio si no lo tienen en cuenta.
Las redes sociales también se han vuelto muy populares en Cuba. A veces hasta tienen un efecto visible en las decisiones políticas. Así, cuando en 2018 el gobierno de Díaz-Canel anunció la entrada en vigor de una nueva ley, el decreto 349, que hacía más estricto el control estatal sobre las actividades culturales, las protestas de muchos artistas cubanos tuvieron una incidencia efectiva no solo en reuniones a puerta cerrada, sino también en los canales digitales y en las redes sociales. Al final, el gobierno dio marcha atrás, al menos parcialmente. Insistió en que la polémica ley entrase en vigor el 1 de diciembre de 2018, pero solo para anunciar inmediatamente regulaciones que en la práctica dejaban en suspenso los aspectos más criticados de la misma8.
La apertura al internet móvil ha sido una de las iniciativas reformistas más esperadas, pero no aborda el problema estructural de la economía cubana: la ineficacia profundamente arraigada en el gran sector estatal y el carácter disfuncional del sistema monetario dual
El estancamiento de la reforma económica
La apertura al internet móvil ha sido una iniciativa reformista relevante, pero no aborda el problema estructural de la economía cubana: la ineficacia profundamente arraigada en el gran sector estatal y el carácter disfuncional del sistema monetario dual. Si durante los dos últimos años del mandato de Raúl Castro la reforma se había convertido en un irritante proceso de freno y avance, el primer año en el cargo de Díaz-Canel ha traído más de lo mismo.
En vez de favorecer la expansión del sector privado, las nuevas regulaciones frustraron a los trabajadores por cuenta propia y sofocaron el crecimiento, las empresas estatales no se dinamizaron y los salarios siguieron bajísimos.
La retórica oficial sigue siendo la propia de la reforma económica: una mayor inversión extranjera ha sido señalada como un objetivo fundamental. Pero en términos prácticos pocas medidas concretas se han seguido ya que el imperativo fundamental del gobierno ha sido la cohesión de la élite y la consolidación de los nuevos cargos públicos. En el campo de la política económica esto se ha traducido en evitar cualquier medida que pudiese entrar en conflicto con el aparato. Desde inicios de 2019 se relajaron algunas de las restricciones. Las empresas privadas pueden ahora firmar contratos con empresas extranjeras, y los miembros de la familia directa empleados por los empresarios están exentos de tributación. El impacto de estas medidas distará mucho de ser espectacular, pero han sido consideradas como una señal de que por lo menos el proceso de reforma no haya muerto por completo.
Más que en medidas políticas concretas, en el primer año de Díaz-Canel los dirigentes pusieron el foco en la reforma de la constitución. Con esto, en buena medida las reformas hechas bajo el mandato de Raúl Castro ex post recibieron legitimación en la carta magna del país. Hasta entonces, la mayor parte de las reformas entraban en conflicto con el texto constitucional. Por ejemplo: todas las regulaciones relativas al empleo en el sector privado estaban en una zona legal gris de una constitución que prohibía explícitamente la “expropiación del hombre por el hombre”. El nuevo texto constitucional también reconoce la propiedad privada como una parte legítima de la economía.
En este contexto la constitución ratifica en muchos aspectos lo que ya se ha puesto en práctica. Pero de esto se sigue la necesidad de aprobar e implementar gran parte de la legislación secundaria que ha sido diferida durante mucho tiempo, incluida, por ejemplo, una ley de empresa que abarque desde las relaciones laborales hasta qué hacer en caso de bancarrota.
Si bien esto constituye un nutrido programa para los legisladores, lo que ya la administración de Raúl Castro identificó como el problema económico fundamental sigue sin resolver: la situación del régimen monetario dual que distorsiona todos los precios, salarios e incentivos económicos. Las casas de cambio estatales operan a un tipo de cambio de 25:1 entre el peso cubano regular y el “peso convertible” vinculado al dólar, o CUC, para abreviar. Las estadísticas oficiales, sin embargo, se siguen valorando a una tasa de 1:1, que es también el tipo de cambio prevalente para las empresas estatales. En esencia, pues, la unificación monetaria ha de consistir en introducir un nuevo tipo de cambio unificado y realista del peso cubano respecto a las divisas internacionales más fuertes. Esto, sin embargo, plantea el problema largamente aplazado de la reforma del sector estatal de Cuba, que todavía emplea al grueso de la mano de obra9.
Hace ahora seis años que el gobierno decretó formalmente las regulaciones para el “día cero” de la unificación monetaria, pero este día aún no ha llegado. El propio Raúl Castro ha subrayado que “la eliminación de la dualidad monetaria y cambiaria […] constituye el proceso más determinante para avanzar en la actualización del modelo económico” y que “no puede dilatarse más su solución”10. Sin embargo, él mismo fue incapaz de ponerlo en práctica en sus diez años en el cargo. El gobierno tiene muchos motivos para temer no solo que se desate la inflación, sino también el impacto social inevitable que se producirá cuando las ineficientes empresas estatales se enfrenten a lo que el economista húngaro János Kornai (1980)11 ha descrito como “duras restricciones presupuestarias”. Si Raúl no pudo implementar lo que él mismo consideraba como una medida indispensable para avanzar, es difícil creer que sus sucesores estén en mejores condiciones para salir de este atolladero en un futuro cercano.
Un contexto internacional hostil
Si la situación doméstica de Cuba presenta unos retos formidables a los dirigentes cubanos de la era post-Castro, el contexto internacional ha cambiado dramáticamente, y no a favor de Cuba. Uno de los factores es Trump. Aunque el presidente estadounidense no ha cerrado la embajada estadounidense re-abierta por el gobierno de Obama, sí ha vuelto a una retórica agresiva y a un endurecimiento de las sanciones de EEUU. Dichas sanciones apuntan concretamente a cuatro sectores estratégicos para Cuba: el gran sector empresarial administrado o controlado por las fuerzas armadas de Cuba; a lo que había sido el motor del crecimiento de la economía cubana desde 2015 a 2017, el turismo norteamericano; los suministros de petróleo desde Venezuela; y a espantar la inversión extranjera al aplicar el llamado Título III de la Ley Helms-Burton a partir del 2 de mayo 2019, la cual abre la posibilidad de entablar juicios en EEUU contra empresas de terceros países que supuestamente “trafican” con bienes que fueron confiscados después de 1959.
Cuando Obama flexibilizó las normas en materia de viajes, los turistas procedentes de Estados Unidos inundaron La Habana. El turismo estadounidense creció a un ritmo de un 44% anual hasta llegar al 22% del total de visitantes el año 201712. Aunque las visitas de los familiares cubano-americanos también estaban permitidas antes de la política de distensión de Obama, fueron los turistas estadounidenses no cubanos de origen los que impulsaron el espectacular crecimiento de 2015 a 2017. De todos modos, Trump dio marcha atrás al reloj y sometió de nuevo los viajes individuales de ciudadanos de EEUU a una serie de restricciones muy estrechas. El resultado fue una fuerte caída en la llegada de esos turistas, con la excepción de los viajantes de los cruceros, que estaban exentos de la prohibición, pero que tienen un impacto solo superficial en la economía cubana.
Otro golpe internacional a la economía cubana fue a consecuencia de la elección del líder derechista radical Jair Bolsonaro como presidente brasileño, que puso un abrupto punto y final al programa “Máis Médicos” en Brasil, que había generado una renta anual estimada entre 300 y 500 millones de dólares para el Estado cubano.
Y luego está Venezuela. Desde que el difunto Hugo Chávez se embarcó en un “socialismo del siglo XXI”, la nación más rica en petróleo de América del Sur se convirtió en el aliado y socio comercial más importante de Cuba. Un importante acuerdo de trueque “médicos por petróleo” con Caracas proporciona a Cuba la mayor parte de su provisión de energía en unas condiciones extraordinariamente preferenciales. Sin embargo, a medida que la economía venezolana ha ido cayendo en barrena, el volumen de intercambios cubano-venezolanos se ha reducido a la mitad del que fue su nivel máximo hace unos años. Ya durante los dos últimos años Cuba había tenido que hacer fuertes recortes en sus importaciones debido a la disminución de sus ingresos en divisas extranjeras. El aumento de la morosidad en las deudas comerciales impactó negativamente en los acreedores y en los socios comerciales. Si cesasen los envíos de petróleo venezolano a Cuba, ello tendría un efecto desastroso en la isla ya que el 95% de la electricidad se genera a base de petróleo. Pero aunque el gobierno Maduro consiga mantenerse en el poder, los envíos de petróleo a Cuba seguirán disminuyendo, agravando las dificultades económicas de la isla. El mismo Raúl Castro se ocupó de comunicarles el mensaje amargo a los cubanos al hablar ante la Asamblea Nacional en abril de 2019, anunciando que hay que prepararse “para la peor variante”13.
Tras seis décadas de liderazgo de Fidel y Raúl Castro, es comprensible que los sucesores de la “generación histórica” de la Revolución planifiquen el cambio de una forma muy lenta y gradual. No obstante, el tiempo se ha convertido en un recurso valioso. Se nota cada vez más que aplazar las reformas domésticas ha tenido un elevadísimo coste. Además, el guion de La Habana para la era post-Castro se elaboró sin prever lo rápida y dramáticamente que iba a cambiar el contexto internacional. Es de dudar si la sociedad cubana sería capaz de asumir un regreso a una economía de guerra de la misma forma que a comienzos de la década de 1990. “Continuidad” es una declaración política de fe, pero no una receta política práctica. Como el tiempo del gradualismo se está agotando, el gobierno cubano podría encontrarse ante las alternativas de atrincherarse o de acelerar el ritmo de la reforma.
NOTAS
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- Morales, 2018.
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- Rodríguez, 2018.
- Nova González, 2019.
- Castro, 2017.
- Kornai, 1980.
- Vidal, 2018: 1.
- Granma, 2019.
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