MIKEL GAZTAÑAGA CINTO
Investigador predoctoral en Orkestra-Instituto Vasco de Competitividad
De los futuros modernos a los futuribles posutópicos
El futuro, que en la modernidad se asumió como garante de progreso, es hoy percibido como algo terrible, amenazador. En él residen, no como antaño, utopías y promesas auspiciadas por los grandes relatos como el progreso liberal o el socialismo, sino catástrofes como el cambio climático, inteligencias artificiales descontroladas, nuevos fascismos, guerras entre grandes potencias o pandemias. La percepción de vivir en un mundo cada vez más interconectado, rápido y cambiante, donde emergen tecnologías que rivalizan con el ser humano en capacidades e inteligencia, y donde la intervención consciente en la realidad es desbordada permanentemente por las circunstancias, genera en los ciudadanos de las democracias liberales sensaciones de descontrol, incertidumbre e impotencia. Por otro lado, el individuo, históricamente integrado en grandes cuerpos sociales que lo hacían partícipe de la vida pública como colectivo, es hoy un sujeto anónimo en un mundo de enormes dimensiones, pero que sintiéndose plenamente soberano –empoderado por tecnologías digitales–, demanda atención personalizada e inmediata. Las instituciones democráticas están ancladas en estructuras y procedimientos de gobierno obsoletas para esta realidad globalizada. Por ello, también se ven cada vez más incapaces de responder a las demandas de esta nueva era. Es en este contexto donde debe situarse la consolidación de mentalidades conspiranoicas, distópicas, nihilistas, cortoplacistas y autoritarias.
En este sentido, una de las tareas más urgentes de las sociedades democráticas es la construcción de horizontes deseables que funcionen como antídoto a las narrativas populistas y apocalípticas, que utilizan grandes altavoces mediáticos. Pero, no se trata de construir un futuro conceptual ideal, utópico, para después empezar a concretar su realización. Una de las lecciones del siglo XX es que el formato de futurología de la modernidad es un arma de doble filo. Un futuro categórico, glorioso, lineal, de trenes de la historia, de avances imparables es también un futuro de enemigos, traidores, de saboteadores del progreso. En definitiva, un esquema simple que no se asemeja a la complejidad de las realidades humanas y que tiende a hacer justamente lo contrario: intentar asimilar las realidades humanas a los marcos conceptuales esquemáticos. Hoy, a las tres humillaciones de Freud –cosmológica, biológica y psicológica– habría que añadir una cuarta: la humillación político-técnica de no poder controlar el futuro como humanidad. Por ello, la construcción de futuros deseables, hoy, exige partir de unas premisas post-utópicas que integren las limitaciones de la acción humana, la dimensión de responsabilidad ligada al ejercicio democrático y la pluralidad de la realidad. Este punto de partida, a priori más precario que otras épocas históricas donde la imaginación del futuro estaba monopolizada por una iglesia o corriente filosófica con pretensiones de verdad, también abre múltiples posibilidades para la democratización de la construcción de futuros.
El futuro no es una agregación de futuros particulares, sino el fruto de la interacción de múltiples prácticas, patrones o lógicas individuales
Construir futuros desde la innovación democrática
En concordancia con la idea de que el futuro es un espacio abierto a múltiples posibilidades, en los últimos tiempos, y mucho más después de la pandemia, se han popularizado herramientas como la prospectiva o el diseño de escenarios. La incertidumbre generalizada, las intervenciones militares que desestabilizan mercados globales como el de la energía, las disrupciones en las cadenas de suministro durante la pandemia o el avance de ciertas tecnologías como la Inteligencia Artificial obligan cada vez más a gobiernos, instituciones internacionales, empresas o think tanks a preocuparse seriamente por el futuro. Aun así, la mayoría de las aproximaciones al futuro se hacen desde la individualidad de cada actor social. Es decir, estos actores intentan captar los riesgos, las oportunidades y las tendencias del sector, del mundo o de la región, de una forma aislada, individual. Esto es previsible, ya que cada uno tiende a pensar el mundo desde su lugar, o se posiciona en él para defender sus intereses particulares. Sin embargo, a la hora de imaginar o construir el futuro de la sociedad global, se deberían fomentar ejercicios de carácter más amplio y colaborativo. Y es que el futuro no es una agregación de futuros particulares, sino el fruto de la interacción de múltiples prácticas, patrones o lógicas individuales. En este sentido, en una sociedad democrática, la construcción de futuros justos y equitativos deberían ser desarrollados de una forma más interactiva entre diversas partes interesadas e involucradas.
Aunque todavía predominan aproximaciones individuales al futuro, son ya muchas las instituciones que están experimentando con formas más colaborativas de prospectiva, construcción de visiones o de diseño de futuros. Por ejemplo, la ciudad de Estambul, con su Estambul Visión 2050, o la Comunidad Autónoma Vasca, con su Euskadi 2040, intentan construir una visión de futuro en el que participan múltiples actores sociales, como diferentes niveles de la administración pública, empresas, think tanks, iniciativas ciudadanas o asociaciones de la sociedad civil. La virtud de estas iniciativas es que más allá de que la visión recoge varios puntos de vista, a través de una mirada más plural y democrática, también ofrece la posibilidad de ir construyendo agendas compartidas entre los participantes. En este sentido, las construcciones de futuro que se basan en lógicas más colaborativas permiten alinear visiones y agendas, mientras que se generan relaciones de confianza y marcos para la cooperación futura. Además, la construcción de esta visión tiende ir más allá de la mera reflexión estratégica, ya que se dan pasos para que el conocimiento generado tenga un carácter más accionable. Es decir, tiene mayores posibilidades de incidir en la realidad futura.
Los gobiernos, por su legitimidad democrática y su capacidad de liderazgo, pueden ser los que faciliten espacios para que se den estos experimentos colaborativos de construcción de visiones y estrategias futuras. Gracias a ellos, se podrían impulsar el diálogo entre actores sociales, reflexiones compartidas, análisis de informes cuantitativos o la intervención de expertos. Pero, también se podrían promover prácticas más creativas como la imaginación de futuros deseables con la participación de la ciudadanía en primer término. Estas prácticas, todavía en fase de experimentación, pueden generar capacidades colectivas para responder creativamente a retos tan apremiantes como el cambio climático, las desigualdades sociales, el envejecimiento de la población, el problema de la vivienda o el sostenimiento de los estados de bienestar. En este sentido, el pesimismo, la desconfianza en las instituciones o el miedo al futuro no se combatiría desde la reactivación de las utopías pasadas, o desde una proyección utópica en el pasado –lo que Zygmunt Bauman llamó retrotopía–, sino desde la innovación democrática.
Las prácticas colaborativas reflejarán la realidad contradictoria de un mundo plural y crecientemente complejo, en el que ningún actor, por poderoso e influyente que sea, es capaz de responder a los retos del siglo XXI en solitario
La articulación de futuros desde la innovación democrática, desde numerosos puntos de vista e intereses en agendas compartidas con el objetivo de construir un provenir deseable, seguramente no tendrá la nitidez que alguna vez tuvieron las utopías modernas, pero será sin duda el más real e inclusivo posible. Más que centrarse en una arquitectura conceptual brillante, en la que la lógica argumentativa dibujará una coherencia implacable, se tendrá que poner el acento en el diálogo, en la gestión de conflictos, en crear lenguajes compartidos o en la empatía. En vez de ofrecer soluciones finales, se generarán avances progresivos parciales. Las prácticas colaborativas reflejarán la realidad contradictoria de un mundo plural y crecientemente complejo, en el que ningún actor, por poderoso e influyente que sea, es capaz de responder a los retos del siglo XXI en solitario ni dibujar una hoja de ruta de carácter inclusivo.
Las sociedades democráticas están hoy inmersas en profundos cambios y tienen que responder a una serie de retos inéditos y muy complejos. Este contexto está generando sensaciones de perplejidad, angustia y miedo en grandes capas de la población, alimentando el deseo de soluciones de corte autoritario o populista. Por otra parte, en muchas organizaciones está aumentando la necesidad de utilizar herramientas como la prospectiva o el diseño de escenarios, con el objetivo de anticiparse a tendencias, riesgos y oportunidades que emergen en este mundo globalizado. Estas herramientas, que normalmente se utilizan de una forma individual, no son suficientes si se pretende revitalizar la democracia generando visiones de futuro constructivas. Es más, se cree que la solución no está en una vuelta a las viejas utopías modernas, sino en posibilitar espacios para que los actores sociales, junto a los diferentes niveles de gobierno y la ciudadanía, trabajen conjuntamente en el diseño de futuros deseables y agendas compartidas. Todo ello para que poco a poco se vaya construyendo un futuro que, por imperfecto que sea, se base en los límites de la acción humana y responda a las exigencias plurales de nuestras sociedades democráticas.