ANDREU DOMINGO
Subdirector del Centro de Estudios Demográficos-CED, Universidad Autónoma de Barcelona
La globalización demográfica y los horizontes distópicos
Después de la Segunda Guerra Mundial, la población del planeta se convirtió en materia de preocupación política. El ritmo acelerado de crecimiento, así como la división del mundo en bloques, los procesos de descolonización y el temor a la expansión del comunismo tuvieron parte de responsabilidad. Asistimos, a partir de ese momento, a un despliegue institucional encabezado por Naciones Unidas para la producción de información estadística demográfica. En 1946, se empezó a recoger datos país por país, lo que permitió cifrar la población mundial en 2.470 millones de personas en el año 1950, y el ritmo de crecimiento se estimó en 1,7 por mil. A partir de estos datos, publicados en el Demographic Yearbook (1951), se calcularon las proyecciones de población mundial reunidas en el World Population Prospects (1951); ambas son dos publicaciones bianuales que siguen siendo, hoy en día, las referencias oficiales sobre la evolución de la población mundial.
En 1965, con 3.300 millones de habitantes y una tasa de crecimiento máxima del 2,08 por mil, la evolución de la población mundial se consideró una amenaza y se asoció a nociones como la de «la bomba demográfica» de la cual hablaba Paul R. Ehrlich en su libro homónimo, publicado en 1968. En él exponía los efectos catastróficos que provocaría el crecimiento demográfico, dibujando un horizonte distópico que no nos ha abandonado desde entonces. Fue precisamente esta proyección apocalíptica la que condujo a la intervención sobre la población: el crecimiento cero se perfiló como el objetivo ideal, y así se reflejó como uno de los pilares fundacionales del Club de Roma en 1968. En relación con las políticas de control de la población, se enfrentaron los malthusianos ‒partidarios de restringir la población‒ con los desarrollistas ‒que apostaban por la modernización como mecanismo de regulación‒, muy influenciados por la coetánea fractura geopolítica de bloques. Ya por entonces, la cuestión medioambiental se situaba en el centro del debate, a pesar de que lo que realmente preocupaba no era tanto la sostenibilidad ambiental sino la del sistema económico. Después de la Conferencia Internacional de Población de México (1984) y de la retirada de las contribuciones estadounidenses al Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) bajo la administración Reagan, se inició el viraje neoliberal en materia de población. Se abandonó el intervencionismo para dar paso a un laissez passer demográfico: a pesar de que la población mundial se había casi duplicado desde 1950 ‒llegando a los 4.730 millones de habitantes‒ el ritmo de crecimiento había caído hasta el 1,7 por mil, como resultado de un descenso generalizado de la fecundidad.
Durante la década de los noventa, que culmina con 6.000 millones de habitantes en 1999, vuelve la noción de la estructura poblacional por sexo y edad. Sin embargo, los principales componentes de la dinámica demográfica (fecundidad, mortalidad y migraciones) constituyen «riesgos globales» (tal como se recoge desde 2006 en los sucesivos informes del Foro Económico Mundial de Davos). Asumiendo que el calentamiento global nos conduce irremediablemente a un cambio climático, el papel de la población mundial ‒unido al consumo‒ ha vuelto al primer plano. El decrecimiento ‒deseado por unos y temido por otros‒ se ha convertido, en el siglo XXI, en el motor de una nueva parábola sobre el futuro, al igual que en su momento lo fue la explosión demográfica. Las posiciones al respecto se polarizan entre los que lo ven como una «amenaza» y los que lo ven como una «oportunidad», en la línea de los ejes narrativos del neoliberalismo. En este contexto, nos encontramos también con incongruencias, como la de desear el decrecimiento a nivel global y, al mismo tiempo, mantiene viva la ilusión de un crecimiento a escala local.
Según algunas previsiones publicadas a principios del milenio, la población mundial comenzaría a decrecer en torno a los años ochenta del siglo XXI
Las proyecciones de población del siglo XXI
El 15 de noviembre de 2022, el FPNU anunció que la población mundial había alcanzado los 8.000 millones de habitantes. Se repitió, entonces, la jugada de una década antes cuando, al alcanzar los 7.000 millones de habitantes, empezó una operación de marketing destinada a sensibilizar al público, y se aprovechó la ocasión para recaudar fondos.
Con vistas al futuro, y según algunas previsiones publicadas a principios del milenio, la población mundial comenzaría a decrecer en torno a los años ochenta del siglo XXI, una vez alcanzado el techo de los 10.000 millones de personas. Estos cálculos han sido corregidos posteriormente al alza, fijando un incremento continuado de la población hasta finales de siglo, cuando se situaría entre los 9.600 y los 12.300 millones de habitantes. Los cálculos más recientes de Naciones Unidas, publicados en el World Population Prospects (2022) sitúan la población máxima en el año 2086, cuando la humanidad llegaría a los 10.400 millones de habitantes, momento a partir del cual la población empezaría a disminuir. Si se prueba que los datos son ciertos, estas cifras muestran que en los próximos veinticinco años la población mundial sumará 1.585 millones de nuevos habitantes, alcanzando los 9.500 millones. La banda baja de los cálculos cifra la población en 8.900 millones de habitantes, mientras que los cálculos al alza la sitúan en 10.300 millones. En ambos supuestos, se hace patente que la humanidad ha dejado atrás el crecimiento explosivo de finales de los años sesenta del siglo XX, ya que este ha disminuido hasta el 0,9% (hipótesis media), y se prevé que lo haga aún más en el próximo cuarto de siglo, quedando reducido a la mitad (0,47%). No obstante, como hemos visto, este notable decrecimiento tardará aún sesenta años en traducirse en un descenso real de la población total mundial, un hecho que se explica por la estructura de edad de la población. Si bien es cierto que la fecundidad en el mundo está cayendo, la gran cantidad de personas que aún se encuentran en edad reproductiva será la que sostendrá el crecimiento total.
Es justo decir, sin embargo, que la fotografía global no es representativa de las enormes disparidades entre regiones. Por un lado, el continente africano se situará al frente del crecimiento poblacional, duplicando su población actual antes de finales de siglo para alcanzar los 3.900 millones de habitantes; por el otro, Europa perderá en torno al 20% de su población, pasando de los 743 millones de habitantes actuales a 587 millones en 2100. A pesar de que la mayoría de la población mundial aún vivirá en Asia, el continente iniciará un lento descenso a partir de 2053, una vez alcanzado el pico de 5.530 millones de habitantes.
El crecimiento general de población no es, sin embargo, el único reto que deberá afrontar la demografía del planeta en los próximos veinticinco años. La estructura por edades de la población, el desequilibrio entre sexos o el proceso acelerado de urbanización y la aparición de las megametrópolis son algunos de estos desafíos. Respecto al primero ‒el relativo a las edades‒ mientras que en 2050 uno de cada tres habitantes de la UE será mayor de 64 años (28,3%), en los países subsaharianos solo uno de cada veinte (5,7%) estará en esta franja. Este desequilibrio explica en parte el repliegue europeo y el miedo a la sustitución étnica que impregna «la ética del bote salvavidas» que rige actualmente la política migratoria europea. En relación con el segundo de los desafíos ‒el déficit poblacional de mujeres‒ destacan los casos de China e India por el efecto diferido del aborto selectivo y el infanticidio, agravado por la caída sostenida de la fecundidad. No es impensable, pues, que la relativa escasez de mujeres en el mercado matrimonial acabe comportando un mayor control sobre las mismas y un repunte del discurso misógino que lo legitima. Respecto a la urbanización, en 2035, casi dos de cada tres personas (62,5%) vivirán en entornos urbanos ‒principalmente en África y Asia‒ con treinta megametrópolis que sobrepasarán los diez millones de habitantes en todo el mundo.
¿Otro mundo es posible?
La inercia que la estructura por edades imprime en las previsiones del crecimiento de la población mundial, sumada a la de otras transformaciones socioeconómicas, como la deriva de la cuarta revolución industrial, dejan poco espacio al optimismo. Los escenarios distópicos se alimentan de las contradicciones que acumula un sistema que ha hecho del crecimiento continuado y de la creación de redundancia su estrategia reproductiva, que evidencia una flagrante contradicción entre el crecimiento económico (y demográfico) permanente y la sostenibilidad ambiental.
Y, a pesar de todo, todavía hay margen para pensar que otro mundo es posible. Desde el punto de vista demográfico, hay que tener en cuenta el impacto positivo que puede tener la mejora en el nivel de educación y concienciación ‒sobre todo en las condiciones de salud de las generaciones más mayores‒ y en anticipar la bajada de la fecundidad. Y con ella, no solo la desaceleración del crecimiento de la población, sino también la consecución de un mundo más igualitario por razón de género y capaz de desprenderse de los prejuicios raciales, que obstaculizan una política migratoria socialmente justa. Confiar en la innovación científica será, sin duda, clave para resolver los problemas que nos acechan, pero no podemos obviar la gran importancia que debe jugar también la capacidad de innovación política.