AGUSTÍ FERNÁNDEZ DE LOSADA
Investigador sénior y director del Programa Ciudades Globales, CIDOB
RICARDO MARTÍNEZ
Investigador sénior, Programa Ciudades Globales, CIDOB
El concepto de ciudad global y los múltiples desarrollos que ha tenido en la literatura contemporánea está íntimamente ligado al de globalización. De hecho, algunos autores[1] apuntan que la ciudad global es fruto de la globalización, a la vez que impulsora de buena parte de los procesos que la caracterizan. Sin embargo, en un contexto como el actual, en el que las tensiones geopolíticas, el debilitamiento del orden liberal, el auge del nacionalismo y la ruptura del contrato social están poniendo en tela de juicio la globalización tal como la hemos entendido en las últimas décadas, resulta pertinente preguntarse si sigue siendo viable, o si está destinada a languidecer tanto en el plano conceptual como en el material. Cabe plantearse, en definitiva, si pierde centralidad en un mundo que se desglobaliza o si, por el contrario, estamos asistiendo al surgimiento de una nueva forma de ciudad global adaptada al giro geopolítico y económico de nuestros tiempos. La crisis de este modelo de globalización neoliberal articulado en torno al mercado capitalista no es algo reciente. De hecho, para el economista Dani Rodrik la hiperglobalización empezó a desdibujarse a partir de la crisis financiera de 2007-2008 cuando el comercio global se desaceleró, la cadena de valor global dejó de expandirse y las transferencias internacionales de capital retrocedieron[2].
Sin embargo, lo que ha llevado la globalización neoliberal al colapso han sido la pandemia de la COVID-19 y la guerra en Ucrania. En opinión de Rodrik, ambos episodios, de enorme trascendencia geopolítica, han situado los objetivos nacionales, en especial en el ámbito de la salud y la seguridad, por delante de los mercados globales y del multilateralismo. En paralelo, el incremento de los precios del combustible y de los cereales está provocando una inflación muy importante, lo que puede derivar en un frenazo en el proceso de recuperación económica y un aumento de la inestabilidad y el malestar social. Habrá que ver hacia dónde nos conduce todo esto y qué forma adoptará la globalización en el futuro. Algunas voces apuntan a que, más que hacia un escenario de desglobalización, nos encontramos ante la oportunidad de reformar los fundamentos de la globalización y los valores que la inspiran.
En este contexto, ¿qué futuro le espera a la ciudad global? Su centralidad en los últimos cincuenta años ha estribado en su función de nodo que conecta la economía de mercado global. Una función que ha sido activamente impulsada a través de reformas neoliberales como la desregulación del mercado laboral y la privatización de los servicios públicos. Pero si las ciudades globales son los centros irradiadores de los flujos de capital, bienes, servicios y conocimiento que sustentan la integración global de los mercados económicos, cabe preguntarse si, siendo como son producto e impulsoras de la globalización neoliberal, podrán sobrevivir al actual giro histórico que se da tanto en el plano geopolítico, como en el económico. En definitiva: ¿nos encontramos ante un escenario de desglobalización de la ciudad global?; o por el contrario, ¿avanzaremos hacia una nueva forma de ciudad global que sigue desempeñando un papel central en el nuevo orden global? Se trata de un nuevo orden global cuya forma aún no podemos vislumbrar.
En un contexto de polarización social (...) las ciudades globales añadirán a su centralidad como nodos de la economía mundial un papel altamente simbólico como baluartes de la resistencia urbana
Las ciudades globales contemporáneas se configuran alrededor de oportunidades y contradicciones que reflejan la combinación de dos fuerzas estructurales: la globalización y la urbanización. Se describen como polos urbanos interconectados globalmente que actúan como potentes ejes de atracción del sector privado y de profesionales del ámbito financiero, tecnológico y de la innovación. Son los motores del crecimiento económico gracias a la capacidad que tienen de concentrar recursos, capital y talento, así como la conectividad social necesaria para alentar la creatividad y generar nuevos conocimientos. Al mismo tiempo, aglomeran poder político, activismo e innovación social. Asimismo, las ciudades globales son el escenario principal de las crecientes desigualdades sociales y de la crisis medioambiental. Medidas propias de la economía neoliberal como la financiación del mercado de la vivienda son, en efecto, los factores centrales detrás de los procesos de segregación espacial que viven las ciudades globales tanto de las economías avanzadas como de las emergentes. Como también lo son la precarización de los puestos de trabajo menos cualificados o las brechas cada vez más importantes que se dan en ámbitos como el digital, o que inciden en sectores importantes de la población como las mujeres o las minorías. Son precisamente las dinámicas de exclusión social, alimentadas por procesos más amplios de polarización, las que han dado pábulo a los movimientos de protesta urbana que, desde los inicios del siglo XXI, hemos visto propagarse de Santiago de Chile a Estambul, pasando por París, El Cairo y Hong Kong.
A pesar de los cantos de sirena que apuntaban al declive de lo urbano durante los primeros meses de la pandemia, la ciudad sigue siendo la principal forma de organización socioespacial de nuestros tiempos, y el proceso de urbanización a escala global es una realidad incontestable. Por otro lado, aun en un orden global polarizado en el que el nacionalismo, el proteccionismo y el autoritarismo pueden reconfigurar el sistema de relaciones internacionales, gracias a los avances tecnológicos y a su conectividad social, las ciudades globales seguirán siendo los nodos centrales de las redes interconectadas, ya sea del capital financiero, los servicios, la ciencia y la innovación, la cultura o las ideas. Sin embargo, también lo serán del descontento. Efectivamente, en un mundo urbanizado cada vez más desigual, el papel de las ciudades globales como espacios de protesta, pero sobre todo de resistencia, está destinado a crecer, rescatando el rol histórico que los centros urbanos han tenido como propulsores del activismo y los movimientos sociales. Como afirman Mustafa Dikeç y Erik Swyngedouw, la «era urbana» es también la era de la «rabia urbana[3]».
En los últimos años se han multiplicado los escenarios de resistencia urbana ante la deriva populista y autoritaria de líderes y gobiernos nacionales. En Estados Unidos, durante el mandato de Donald Trump, las principales ciudades del país declararon su condición de santuario acogiendo a refugiados y migrantes y negándose a contribuir a su deportación. Esas mismas ciudades apostaron por cumplir los compromisos climáticos incluidos en los Acuerdos de París, a pesar de la retirada ordenada por el presidente. En Turquía, Hungría o Polonia, Izmir, Budapest o Varsovia contraponen el nacionalismo conservador de sus gobiernos nacionales con una apuesta por el cosmopolitismo, la tolerancia y la mirada abierta hacia el exterior. En Brasil el doble negacionismo de Bolsonaro, tanto en lo que se refiere a la pandemia como al cambio climático, encontró un contrapunto en las grandes ciudades. Pero la resistencia urbana se da también ante las grandes corporaciones multinacionales que operan en una lógica de vulneración de derechos. Ciudades como Nueva York, Ámsterdam, Barcelona, Berlín o Bogotá se han posicionado de manera rotunda ante el extractivismo y la explotación laboral de algunas plataformas digitales globales que operan en ámbitos tan sensibles como el comercio, el transporte, la vivienda o la cultura.
Como se ha apuntado, en un contexto de polarización social, de retirada de la globalización neoliberal y de auge del nacionalismo autoritario, las ciudades globales añadirán a su centralidad como nodos de la economía mundial un papel altamente simbólico como baluartes de la resistencia urbana. El complejo equilibrio entre el Estado, el mercado y la sociedad civil se decidirá en las ciudades que deberán recuperar su rol fundacional como institución política democrática al servicio de las comunidades. Su responsabilidad es tanto local como global. Ante el dominio de las corporaciones multinacionales y el retorno de la geopolítica de las grandes potencias nacionales, las ciudades globales deberán sumar fuerzas y enfrentar retos que son propios de un mundo urbanizado cada vez más interconectado y, en definitiva, globalizado. De la lucha por la paz a la emergencia climática pasando por la gobernanza de las migraciones, las ciudades globales deberán poner su activismo social, influencia política y centralidad económica al servicio de los más desfavorecidos dentro y fuera de sus realidades.
NOTAS
[1] Véase Curtis, Simon. «Global Cities and the Ends of Globalism». New Global Studies, n.º 12 (1) (2018), p. 75-90; Sassen, Saskia. «The Global City: Introducing a Concept». Brown Journal of World Affairs, n.º 11 (2) (2005), p. 27–43.
[2] Rodrik, Dani. «A Better Globalization Might Rise from Hyper-Globalization’s Ashes». Project Syndicate, 9 de mayo de 2022 (en línea). https://www.project-syndicate.org/commentary/after-hyperglobalization-national-interests-open-economy-by-dani-rodrik-2022-05
[3] Los autores aprovechan la consonancia en inglés entre «urban age» y «urban rage». Véase para más información Dikeç, Mustafa y Swyngedouw, Erik. «Theorizing the politicizing city». International Journal of Urban and Regional Research, n.º 41 (1) (2017), p. 1-18.