FELIX WIEBRECHT
Investigador posdoctoral, V-Dem Institute, University of Gothenburg
Los últimos veinte años se suelen calificar como una era de autocratización, de retroceso democrático y de expansión del poder ejecutivo. Por ejemplo, ha sido durante este periodo que la democracia se ha debilitado en lugares como Hungría, Turquía o India, y se ha visto tensionada en países como Brasil, Polonia o Estados Unidos. En paralelo a ello, algunos regímenes autoritarios se han vuelto más audaces y han asumido un mayor papel en el escenario internacional; este es el caso de China y Arabia Saudí, a los que se atribuye el deseo de exportar su modelo de gobierno autoritario a otros países en desarrollo.
A pesar de que existen muchas tendencias preocupantes, hallamos también indicios alentadores que mantienen viva la esperanza de que la democracia puede recobrar su salud; a pesar de que estamos inmersos en un proceso de autocratización, persiste aún una fuerte demanda de democracia e ideas liberales en muchas partes del mundo. Muestra de ello son las masivas protestas y movimientos que han tenido lugar en los 2 últimos años en numerosos países contra gobernantes autoritarios y populistas. También lo son los reveses electorales que algunos líderes de tendencia autocrática han experimentado en democracias con una deriva hacia la autocracia, como el que logró desbancar a Janez Janša en Eslovenia, Evo Morales en Bolivia o a Jair Bolsonaro en Brasil. En algunos de estos casos, su salida del poder ha facilitado la restauración democrática.
Incluso en el contexto de una autocracia profundamente institucionalizada y arraigada como la de Irán, hemos asistido a movilizaciones masivas de manifestantes, en su mayoría mujeres, que parecen haber perdido definitivamente el miedo ante las fuerzas represoras. De un modo similar, las protestas que tuvieron lugar en China contra las restrictivas medidas anti-COVID a finales de 2022 pronto han rebasado cuestiones meramente antipandémicas para poner sobre la mesa cuestiones como la censura del gobierno y las críticas a Xi Jinping.
Esta llamada a plantar cara al autoritarismo en muchas partes del planeta, unida a algunos fracasos electorales de los líderes populistas, sugiere que el autoritarismo no es inevitable, a pesar de que, indudablemente, está más que justificada la sensación de alarma. En contra de lo que pueda parecer, tal vez se avecina un periodo de reacción a las derivas autoritarias. Aunque esta renuencia se ha hecho visible sobre todo en las movilizaciones masivas, también ha planteado retos institucionales. Existen multitud de ejemplos en los que la narrativa del «hombre fuerte» e invulnerable es en realidad engañosa e injustificada; más bien al contrario, los líderes autoritarios pueden ser profundamente inestables y, en última instancia, derrotados.
A pesar de que estamos inmersos en un proceso de autocratización, persiste aún una fuerte demanda de democracia e ideas liberales en muchas partes del mundo
Movilizaciones masivas contra el autoritarismo
En los últimos años hemos asistido a alzamientos populares contra gobiernos autoritarios en Argelia, Belarús, China, Guinea, Hong Kong, Irán, Kazajistán, Myanmar, Rusia, Sudán o Túnez. Algunas de estas movilizaciones han destacado por su magnitud, como las protestas por la detención de Alekséi Navalni, en Rusia en enero de 2021, que contaron con la asistencia de más de 100.000 personas. O las organizadas contra la política de «COVID Zero» en China, en noviembre de 2022, que congregaron a una multitud de partidarios por todo el país, en un contexto especialmente restrictivo. A los dirigentes autoritarios no les es fácil hacer oídos sordos a las demandas populares cuando están apoyadas en movilizaciones de gran calibre, especialmente cuando suscitan coaliciones de diversos grupos sociales.
En otros casos, fue la prolongación en el tiempo lo que supuso el mayor reto para las autoridades, como en Hong Kong, donde las protestas duraron casi dos años y tan solo se detuvieron por las severas restricciones por la pandemia de la COVID-19. Del mismo modo, la «revolución de las zapatillas» en Belarús persistió durante casi un año, llevando al régimen del presidente Alexander Lukashenko al borde del colapso. También en Irán, las protestas por la muerte de Mahsa Amini han desafiado la brutalidad del régimen y seguían activas en el momento de escribir estas líneas. La perseverancia de estos movimientos de resistencia es testimonio de una desafección de base contra los regímenes autoritarios que los dictadores difícilmente pueden reprimir o contrarrestar.
Debido a la amenaza que representan para tales regímenes, muchos de estos movimientos han desatado los peores instintos de quienes ostentan el poder. Los llamamientos masivos y vehementes a que los líderes autoritarios abandonen el poder suelen tener como respuesta toda la dureza de la represión que, por desgracia, implica que muchos manifestantes acaben heridos, encarcelados o incluso asesinados. En Myanmar, por ejemplo, se calcula que un mínimo de 1.000 personas has sido asesinadas por las fuerzas de seguridad, a las que se suman miles de detenidos y torturados. En Kazajstán, en enero de 2022, el gobierno también recurrió a la represión violenta de los manifestantes. Contra lo que pudiera parecer, la represión violenta contra los manifestantes es una muestra de la inseguridad que late en el corazón de todo gobierno autoritario, que se siente incapaz de tolerar la crítica pública.
Lamentablemente, cuando la represión se prolonga en el tiempo, acaba sofocando muchos de los movimientos opositores. No en pocas ocasiones, los líderes opositores se ven forzados a exiliarse y a seguir operando desde fuera del territorio nacional, lo que evidencia la importancia de que estas voces disconformes gocen del apoyo internacional de aquellos gobiernos que hacen suyo el objetivo de promover la democracia.
Ahora bien, por desolador que pueda parecer este escenario, existen suficientes razones para el optimismo. Aunque las opciones de resistencia popular pueden ser más bien escasas en regímenes autoritarios cerrados como China, Irán, Myanmar o Tailandia, en otros regímenes políticos que están sufriendo una autocratización, pero en los que aún no ha arraigado la autocracia, ofrecen entornos más plausibles para invertir la tendencia. Y tenemos recientes y alentadores ejemplos de ello en las amplias movilizaciones contra líderes que trataban de introducir reformas para socavar los estándares democráticos en Armenia, México, Polonia, Eslovenia, Gambia o, más recientemente, en Israel.
En aquellos casos en los que se ha logrado revertir la tendencia a la autocracia, ha resultado clave una movilización sostenida y a gran escala. En Eslovenia, por ejemplo, la sociedad civil trabajó estrechamente con los actores de la oposición y movilizó a amplios segmentos del electorado para expulsar del poder a Janez Janša. En Zambia, una amplia red de actores de la sociedad civil permitió que el líder de la oposición del Partido Unido por el Desarrollo Nacional (UPND), Hakainde Hichilema, formase un nuevo gobierno en 2021. Ambos son ejemplos de movilizaciones populares que han logrado no solo detener el proceso de autocratización, sino restaurar los niveles previos de democracia. Y aunque son los menos, tenemos también ejemplos de países autocráticos y represivos en los que la sociedad civil ha sido capaz de derrocar el régimen, como ocurrió en las Maldivas.
Resistencia institucional
Aunque la movilización masiva es el elemento más visible de reacción ante el autoritarismo, no es el único, y así lo corrobora la creatividad de los opositores en el uso de las instituciones para enfrentarse a los líderes autoritarios y a los que aspiran a serlo. Hemos visto como en algunos países, los partidos y candidatos de la oposición han dejado a un lado sus diferencias para formar alianzas electorales o confeccionar listas conjuntas de candidatos, conscientes de que quizá era la última oportunidad a su alcance para frenar la autocratización. Así sucedió en Turquía, donde una amplia coalición fue capaz de conformar una candidatura única para intentar derrocar a Erdoğan en los últimos comicios electorales, un objetivo que no alcanzaron por poco, ya que Erdoğan logró ganar las elecciones presidenciales de mayo de 2023, si bien necesitó de una segunda vuelta para derrotar al opositor Kemal Kiliçdaroglu. En Hungría, los partidos de la oposición también formaron una entente electoral para tratar de sustituir a Viktor Orbán como primer ministro, aunque acabaron fracasando, precisamente, a causa de las reformas electorales introducidas para socavar las maniobras electorales en contra del presidente. No obstante, y a pesar de las derrotas, si la oposición no se resigna y se mantiene unida y movilizada en diversas elecciones consecutivas, puede acabar venciendo, como demostró la victoria de la oposición malasia en las generales de 2018.
En otros casos, el logro de la oposición ha sido revivir la competencia política al alumbrar a nuevos partidos que han resultado atractivos para los votantes jóvenes que defienden ideales liberales y que rechazan el autoritarismo. Este fue el caso de Eslovenia, donde el recién creado Movimiento por la Libertad del primer ministro Robert Golob logró formar gobierno tras obtener la mayoría en las primeras elecciones a las que concurría, en 2022. También en Tailandia, el partido Futuro Adelante intentó limitar la influencia política de la Junta Militar y, a pesar de ser una formación de nuevo cuño, dio la sorpresa en las elecciones de 2019. Con un liderazgo relativamente joven, fue capaz de movilizar a amplios sectores del electorado que se sentían alienados y privados de sus derechos. Aunque acabó disolviéndose, su éxito electoral demostró que la oposición al autoritarismo y la rendición de cuentas siguen siendo poderosas bazas en los comicios.
Como corolario, podemos afirmar que, aunque asistimos a una multiplicación de los procesos de autocratización a nivel global, esto no implica que haya desaparecido la demanda de democracia y de planteamientos liberales. Es más, diversos procesos de autocratización y de populismo han tenido como respuesta una reacción popular contraria, de resistencia. Podemos afirmar incluso que, en diversos países, la decisión sobre el tipo de régimen es el eje que marca el posicionamiento general del electorado. En Turquía, por ejemplo, tenemos indicios de que tanto políticos opositores como electores han dejado en segundo plano sus diferencias programáticas cuando lo que está en juego es el sistema político en su conjunto.
Si bien el éxito de la resistencia frente a los regímenes autoritarios casi nunca es inmediato, en los últimos veinte años contamos con múltiples ejemplos que inducen al optimismo: Bolivia, Ecuador, Maldivas, Moldavia, Macedonia del Norte, Eslovenia, Corea del Sur o Zambia. Estas democracias consiguieron recuperarse tras un período de autocratización del que surgieron democracias más fuertes y revigorizadas. Y, aunque quizá sea pronto para juzgarlo, es posible que podamos afirmar pronto que la reacción antiautoritaria también ha triunfado en Brasil y en Estados Unidos, lo que sugiere que incluso en países grandes y populosos es posible revivir la democracia.