Irina Kobrinskaya
Directora del Centro de Análisis de Situación, IMEMO-RAS
Si nos abstraemos de los problemas actuales, el análisis acertado de las relaciones entre Rusia y Occidente debe realizarse a tres niveles: global, regional (euroasiático) y nacional; es decir, desde el punto de vista de los procesos socio-económicos y políticos en los países de la civilización judeocristiana. Vamos a llamarla la Civilización Occidental (CO), a la que pertenecen tanto Rusia como Occidente. ¿Se han distanciado tanto como para haberse vuelto incomparables e incompatibles?
Globalmente, en los próximos diez o veinte años los factores dominantes que afectarán al desarrollo de toda la CO serán: la ofensiva china; el replanteamiento de su posición global por parte de Estados Unidos; la degradación y la desintegración del sistema de relaciones internacionales propio de la posguerra, su comercio y las reglas e instituciones político-militares.
Desde un punto de vista económico-comercial y geopolítico, el centro del desarrollo mundial se está desplazando hacia Asia-Pacífico (AP). China se ha convertido en la locomotora y en el principal reto del Occidente Unido, ya sea EEUU, Europa o Rusia. Y esta realidad, con todas sus eventuales derivaciones en la propia China, no va a cambiar.
La reacción de Occidente es diferente de la de Rusia. EEUU ha declarado una guerra comercial a China, llevándose por delante las normas y regulaciones de la OMC, incluidas las relaciones con los socios europeos. Washington también está tratando de oponerse al proyecto chino de expandirse por el Indo-Pacífico, atrayendo a su lado a India y a otros países de la región, que temen el dominio de Beijing, aunque tampoco una subordinación a Washington en un orden mundial cambiante parece prometedora.
A nivel euroasiático, la UE trata de resistirse, pero uno tras otro, sus estados miembros los jóvenes Estados miembros de la UE, uno tras otro, se ven seducidos por la nueva ruta de la seda (“One Belt, One Road”). Y para impedir que caigan en ella Hungría o Letonia, la Unión Europea está experimentando una profunda crisis institucional.
Rusia también se encuentra en una situación difícil; su potencial económico y sus índices de crecimiento no pueden competir con los de China. Moscú ya no teme, como hizo a finales de los años noventa del siglo XX, la secesión de su Extremo Oriente. Una vez reforzada su posición internacional, está tratando de mantener en su órbita a los países de la antigua área postsoviética, y de establecer el Gran Espacio Euroasiático (GEE), teóricamente en conjunción con la iniciativa OBOR. La hipótesis de una unión estratégica entre Rusia y China no se toma seriamente en consideración ni en Rusia, ni en Occidente, ni en China. Es una cuestión de asociación.
El común denominador en estas ecuaciones —ya sea la del Indo-Pacífico o la del GEE— sigue siendo el vector chino. Unirse con o en contra de esta potencia oriental es imposible, debido a que rehúye el compromiso y a que en el pensamiento estratégico se concibe como una civilización diferente, no occidental. Pero esta civilización es compatible con la civilización occidental y no destruye sus fundamentos. La posición de Rusia —con un fuerte componente oriental y no islámico en su historia— es única en este sentido.
Finalmente, por lo que respecta a los problemas internos —el crecimiento del radicalismo y el populismo; la destrucción del contrato social y de los valores liberales; la cuarta revolución tecnológica; la ruptura de los ascensores sociales y el aumento de las precariedades; y el auge del malestar y la protesta—, ¿son realmente tan diferentes Rusia y Occidente? Los sondeos de opinión en Rusia difieren poco en cuanto a la crisis de visión del futuro, especialmente para las clases medias, tanto para ellas mismas como para sus hijos. Todos los países de la civilización occidental —Rusia incluida— se enfrentan a una serie de problemas sociales de base muy similar. La conocida falta de democracia en Rusia no impide ni las protestas (aunque no a gran escala) ni la libertad en los debates en internet, en los que participan decenas de millones de personas. Pero nadie tiene una solución: ni Macron, ni Trump ni Putin.
Por todo ello, la fatiga es obvia, especialmente en Europa, que está experimentando una crisis de integración y haciendo frente al mismo tiempo a una política arrogante y literalmente al dictado de los Estados Unidos, tanto en el ámbito del comercio como en el de la seguridad.
Es poco realista esperar cambios radicales en un futuro inmediato. Pero sin un regreso a los valores de la civilización occidental en el mundo, que Wolfgang Ischinger ha caracterizado acertadamente como “post-verdad” y “post-estadounidense”, ni para Rusia ni para Occidente parece posible que haya una salida a la crisis actual.