Ezio Mauro
Periodista, La Repubblica
Hay una segunda pandemia que el virus de la covid-19 está propagando en el mundo: la pandemia conceptual nacida del miedo y la inseguridad, que se extiende entre los ciudadanos y provoca un descalabro político y cultural, y que afecta desde la salud, la organización social, las instituciones, los derechos, las libertades, las normas, el gobierno, y al mismo concepto de democracia. Estamos llevando la angustia causada por la pandemia a las normas que rigen nuestra vida social y al sistema de valores que inspiraron estas normas, incluso a la morfología y a la fisiología del sistema occidental. Mientras que el poder ataca al virus, el virus ya ha atacado el poder. No es el virus el que está mutando, como temíamos, es a nosotros a quienes nos hace mutar cuando transforma la imagen y el rol de la autoridad pública, de la moderna soberanía, nacional y europea. El riesgo es que esta metamorfosis en curso produzca, en nombre del estado de excepción, una crisis de la democracia liberal y de las instituciones nacidas de esta cultura política.
La relación sentimental entre los ciudadanos y Europa ya sufre esta tensión desde hace tiempo. Italia es un ejemplo y una prueba de este nuevo desencanto europeo, que crece a la sombra del nacionalismo soberanista. Hasta hace pocos años éramos el país más pro-europeo de la Unión, como corroboraban todas las encuestas, pero era un sentimiento político superficial, que buscaba en la Unión sobre todo un marco estable para un país inestable.
El doble impulso populista, con la aparición electoral de la Lega y del Movimento Cinque Stelle, ha cargado a Europa las culpas del malestar por las crisis económica y la globalización, así como los temores provocados por la inmigración masiva, como si en ese marco supranacional, invocado al amparo de lo nacional, se hubiese ahogado la autonomía y la libertad de los ciudadanos para perseguir sus intereses particulares en nombre de un difuso interés general, situado en un punto indistinto del continente, entre las brumas de Bruselas y Estrasburgo. Pensemos en cómo la pandemia puede actuar como multiplicador y acelerador de este fenómeno, especialmente en naciones-cobaya de la crisis sanitaria como Italia que, llegado el momento de la necesidad, sienten la debilidad de la solidaridad europea.
El populismo nacionalista dirige el resentimiento de la clase media empobrecida por la crisis (…) hacia el proyecto europeo
Cuando el líder de la Lega, Matteo Salvini, pide “plenos poderes”, está invitando a los ciudadanos a liberarse de un sistema normativo que tilda de burocrático, lento y asfixiante, y a rechazar reglas y controles externos, para recuperar su soberanía. Todo ello va acompañado de una nueva desconfianza popular hacia todo lo que huele a cosmopolitismo, a apertura, a intercambio, a movimiento entre las antiguas fronteras de los estados-naciones, mientras se busca protección en el pasado, guardián de las tradiciones e identidades amenazadas por la globalización: ahora también acusada de ser la portadora del virus.
Alimentando el miedo –que conlleva dividendos electorales– el populismo nacionalista dirige el resentimiento de la clase media empobrecida por la crisis y la ira del forgotten man hacia el proyecto europeo, presentándolo como una expropiación de su futuro por parte de una élite comunitaria insensible por naturaleza, autorreferencial por cálculo, distante por definición de los ciudadanos, y conectada orgánicamente con los “poderes fuertes”.
En esta narrativa instrumental e ideológica, Europa deja de ser una utopía de Occidente, la tierra de la democracia de las instituciones y de los derechos que se convierte en una comunidad política y estatal, transformando su tradición histórica, cultural, jurídica y política en una institución libremente construida y aceptada, cumpliendo una larga historia de paz de posguerra. Para los soberanistas, Europa se transforma en un mecanismo de lazos y nudos del cual el ciudadano percibe el vínculo, pero no su legitimidad. La peligrosa propensión de los italianos al “hombre fuerte”, revelada por las encuestas, va exactamente en esta dirección, realizando la ambición de la soberanía de la derecha: un líder liberado de todo condicionamiento y toda obligación, intolerante con las normas de la Unión, con los controles de legalidad de la magistratura, con los controles de legitimidad de los tribunales constitucionales, y con los controles políticos de la opinión pública a través de una prensa libre.
Mientras tanto, la otra parte de Italia ve en Europa un puntal de garantía democrática, contra el riesgo de una transformación cultural de nuestros sistemas. La democracia respetada en la forma, pero no en su contenido: suprema tentación de la época en que vivimos, con la pandemia que aumenta la incertidumbre hacia el futuro, y el riesgo de buscar una simplificación de la complejidad que nos rodea en una democracia autoritaria.